miércoles

FIL Zócalo

Creo que en ninguna edición de la FIL Zócalo había estado tan expectante y emocionado. Con la FIL 2015 vienen grandes cosas.

º Estarán amigos ya conocidos como revista Infame y Penumbria.

º Se presentan esperados libros como Hombre de papel, de Oliver Miranda Charles, y El cuarto de triques, de Miauricio Jimenez.

º Habrá más de un Slam de poesía en el marco de la feria; entre ellos, el que organiza Colectivo POM, que dirige Comikk Mg, eslamero/poeta/palabrero que ha llevado la palabra mexicana fuera de sus fronteras como digno representante.

º Esta edición tiene como invitado especial a Morelos, estado que en pocos años se está consolidando como fuente de difusión editorial y cultural.

º El Reino Unido también estará presente, con lo mejor de su poesía y literatura fantástica.

º Y, por supuesto, como parte del stand del estado de Morelos, Ediciones y Punto tendrá La oficina del olvido y todos sus títulos.

Agradezco todo el apoyo y amistad a Odeen RochaLucero García Flores y Jerry Urbieta.

¡Todos bienvenidos!




El meme como una de las bellas artes

Exordio

Mira, mamá, yo también sé cortarme la cabeza
Andrés Galindo, 2015
Técnica: cut-up a partir de la obra de Richard "French" Sayer y
autorretrato de Andrés Galindo "El rey de la escoba" (2010).
Para cortar y pegar se utilizó Photoshop de escritorio.
Para la edición final se usó la App Procreate para iPad.
*Ningún autorretratado resultó herido en el proceso.
Bien puede considerarse esta entrada en mi blog como continuación de la inmediata anterior, “Corte y queda”. En ella abordaba de manera extensa el espinoso tema del plagio y su relación con prácticas hoy consideradas como técnicas artísticas (cut-up, sampling, collage, etc). Como bien se puede apreciar, el tema me es de interés por cuanto hay una obra literaria mía implicada, La oficina del olvido. Pero además (y con esto pediría disculpas al posible lector por la extensión de mis palabras), en términos generales, el tema me resulta apasionante desde los años de universidad. Alguna vez escribí una infortunada tesis sobre dos referentes indispensables en la obra de Jorge Luis Borges: Arthur Schopenhauer y El Quijote de Cervantes. Así, términos como “plagio”, “intertextualidad", “palimpsesto”, “collage”, “cita” y un largo etcétera, no me son ajenos, si bien ahora distantes en tiempo. Esa distancia, creo, es lo que remueve ahora mis pasiones y lo que me anima a insistir en el tema.

Si bien es cierto que la tesis y los términos mencionados refieren una investigación sobre literatura, sé bien que, mediando un análisis detallado, se pueden aplicar a las artes gráficas.

Desafortunadamente éste no es el espacio óptimo para desarrollar una cuidada tesis sobre intertextualidad en obras de arte. Con todo, y en la medida en que el tiempo lo permita, a estas dos últimas entradas iré sumando otros apuntes al respecto, ya que soy de la opinión de que lo que en esta entrada se escriba dejará más de un punto en el tintero.

Así pues, quede esta entrada como introducción al tema y, en lo que corresponde a la polémica con Ediciones y Punto, sello editorial que publica La oficina del olvido, respuesta a los comentarios de Jerry Urbieta, publicados en https://buenjerry.wordpress.com/2015/09/01/mi-respuesta-para-andres-galindo/ 

I El silencio de los inocentes

En “Corte y queda” insistía sobre lo que no se ha dicho en la polémica con Ediciones y Punto, y es en esos puntos en los que quería centrar la atención; esperaba que a partir de ahí se diera una interpretación justa sobre las imágenes que acompañan a la colección Averno, ideas oscuras, además de descubrir el proceso creativo de Mikel Lecumberri al referirlas y firmarlas como propias. Efectivamente, como ya se ha insistido mucho, tras la lectura de M. F. Wlathe, los comunicados oficiales de la editorial pusieron de manifiesto el “error” cometido en una de las obras, si bien es cierto que varias más estaban implicadas. Luego de aquellos comunicados, tanto la editorial como la mayoría de sus autores han guardado silencio. En lo personal, me da gusto que Jerry Urbieta subiera a la palestra y emitiera un juicio, si bien la mayoría de sus argumentos pueden ser contrarios a los aquí esgrimidos. Esta diferencia, creo, se debe a los puntos desde los que se parte para hacer la apreciación: tengo a bien entender, el campo de especialidad de Jerry Urbieta es la abogacía; en tanto que mi perspectiva es la de investigador de literatura hispánica, digamos con una mirada más cercana a las artes y sus artificios estéticos. Con esto no quiero que se me mal interprete y se piense que infravaloro los argumentos de Jerry Urbieta, puesto que el punto de vista jurídico en la historia del plagio ha sido siempre imprescindible y arrojando una luz distinta según la época.

Lo incómodo, lo triste, es que ni el artista Mikel Lecumberri ni el resto de los autores se pronunciaran en esta polémica. Luego de aquellos comunicados oficiales, y de algunas opiniones expresadas al calor de la pasión, del apuro, del chacoteo y con la improvisación propia de las redes sociales, parece que sobre el tema caía una lápida de silencio impuesto.

Mientras que para Urbieta el tema está agotado y lo demás es una “denuncia vehemente”, para mí lo que hay es una cómoda aceptación de los hechos, porque, en el caso de los autores, como La oficina del olvido, su obra literaria (dicho sea de paso, admirable) corría el riesgo de sufrir daños colaterales. Quizá neciamente, en este silencio quise ver un individualismo a ultranza, heredado en México por siglos de diferencia de clases. Aquí aplicaría el dicho coloquial: “mientras a mí no me afecte, no hay problema”. Así, fue más fácil guardar silencio y apoyar la versión a posteriori de que se trataba de “collage” antes que reflexionar y poner en perspectiva la situación. Como dije antes, al hacer pública mi opinión, sé que estoy atentando contra la fortuna de mi propia obra. Con todo, me resulta preferible antes que comulgar con procedimientos con los que de ninguna manera podría estar de acuerdo.

II En el país del meme, el tuerto es rey

He de reconocer que, al momento en que escribo estas líneas, cualquier argumento que yo pueda esgrimir tomando como referente la legislación autoral, estará deslucido por mi ignorancia, ya que, como antes dije, no es mi campo de especialización. Al iniciar la redacción de esta entrada, tenía temor de tocar este punto, tanto porque no pudiera dar con las palabras adecuadas como por la necesidad de extenderme ad nauseam sobre la radical diferencia entre una obra de arte (cuya técnica bien puede ser el collage) y un meme que se repite de forma viral en las redes sociales. En tanto, un comentario en Facebook de Huge Mess me permitió ver un poco más allá de mi nariz:

"Son muy interesantes los ejemplos que da el Buen Jerry Urbieta acerca de las adaptaciones y demás pastiches posmodernos pero creo que si se comparan con los que provocaron la reacción de Andrés, es decir, los que aparecen en varios libros de la editorial en cuestión, hay una enorme diferencia: en el cartón sobre el plomero que quiso ser Mario Bros con fatales consecuencias, en la foto de Hitler, en lo que pensaba Winnieh Pooh o en otras adaptaciones (acabo de ver aquí en FB un puerquito volando en un cuadro de Van Gogh o al Moisés Hollywoodense cargando en vez de tablas de la ley varios discos de rock progresivo) en ellas hay un elemento nuevo, creativo, innovador o que nos hace darle una nueva perspectiva, una revisión al original: un Hitler que habla como tepiteño, un tierno osito que es en realidad lujurioso, el prog como ley divina, etc. ¿Eso ocurre con los libros a discusión? Por lo que vi (y lo vi de pasadita) no había nada innovador o que nos diera una nueva perspectiva, sólo girar la imagen o cortar y pegar con la mitad de otra, que parecen más intentos de que no se note que es la misma de alguien más, como disfrazando el plagio más que reinventándola".

A esto, agregaría: las intenciones de cada pieza son diferentes. Un meme, aún cuando nos brinde una nueva perspectiva, una nueva lectura de una obra de arte o una imagen determinada, tiene en sí una finalidad primordialmente lúdica, carnavalezca. Sólo una mente neófita interpretaría un meme como una obra de arte. Una pieza de arte, como las que pretenden acompañar a la colección Averno y, en esto quiero ser insistente, las que se firman y comercializan como prints y grabados, si bien también pueden ser lúdicas, creo, la finalidad primera es la del goce estético. Aún más, cuando la obra del artista es producto de largos años de reflexión sobre un tema, la pieza, además del mero goce estético, conmina al espectador a reflexionar sobre un tema implicado en la obra. Ese proceso de reflexión/creatividad, creo, es lo que no se dio en el trabajo de Mikel Lecumberri.

Los caminos del arte, como los de Dios, son misteriosos y yo sólo espero que no llegue el día en que tenga que ver una tesis que afirme el meme como una de las bellas artes, como tampoco sería partidario de un artista postmoderno cuya técnica y pericia se limita a hacer un uso básico de algunos programas de diseño o, sobrados casos, como todos aquellos artistas con escasos recursos reflexivos que arrojan azarosas manchas de pintura sobre una superficie, copiando desenfadadamente a aquellos pioneros que llegaron a esas mismas técnicas tras largos años de reflexión y experimentación.

III Máscaras y demonios

Como artista (si es que algo tengo de artista), justo la reflexión y experimentación es lo que me ha llevado a ciertos resultados. Como he recalcado reiteradas veces en este espacio (y en tantos otros), mi área de especialidad es la literatura. Mi respeto, aprecio y afición a otras áreas del arte viene de un acercamiento autodidacta e interdisciplinario.

La interdisciplina siempre corre el riesgo de traspasar fronteras y confundir al espectador. Sin embargo, siempre se puede volver a apelar a la razón lógica para descubrir lo que hay detrás de una máscara.

Como bien se sabe, sin ser fotógrafo profesional, la fotografía es una de las disciplinas que más admiro y trato de ejercer en la medida en que mis escasos conocimientos me lo permiten. Quien alguna vez se haya acercado tanto a mi obra escrita como a las fotografías que he hecho (al margen de su buena o mala calidad) no tardará en reconocer que en cada obra hay deliberados y fuertes referentes intertextuales (como estas mismas líneas, en cuyo inicio manifiesto mi dilatado interés sobre el tema). Llegar a estas conclusiones, valga decir, ha sido esfuerzo de años y, por qué no decirlo, en más de una oración producto de la amistad sincera.

El primer acercamiento que tuve con el mundo de la cartonería fue hará ya unos cinco años con una artesana que respeto y admiro, Isabel Huerta. A ella le debo una Catrina, que dejó en mis manos como prueba de amistad.

Quizá el párrafo anterior parezca gratuito, pero fue justo lo que me ha permitido enlazarlo con la fotografía. Si yo o cualquier fotógrafo (incluso un pintor) retrata una artesanía o, ejemplo mejor, una escultura de, digamos, Miguel Ángel, sólo un neófito pensaría que se está plagiando la obra de Miguel Ángel. Para ponerlo en términos más cómodos: la fotografía de una escultura de Miguel Ángel es eso, una fotografía, pero no es la obra de Miguel Ángel. En ese sentido, el fotógrafo, con un afán de ser preciso, explicaría que la fotografía la ha tomado él y en ella aparece una escultura de Miguel Ángel. Algo similar pasaría si un pintor o un dibujante decidiera hacer un boceto o un cuadro de, digamos, las piezas arqueológicas de una excavación, como efectivamente pasó con los primeros exploradores en cuya época se carecía de elementos fotográficos. Esos dibujos son una representación de las piezas arqueológicas, pero no las piezas en sí. Imaginemos el absurdo de que un arqueólogo, al no poder dibujar, tuviera que cargar con una pirámide entera.

Bien, aún cuando fuéramos lo suficientemente locos para considerar que una fotografía de una obra de Miguel Ángel Buonarroti es un plagio, siguiendo esta lógica, una fotografía, una pintura, una escultura que retrate, digamos, a Hitler, sería un plagio sobre la persona de Hitler. En consecuencia, nadie podría retratar a nadie ni nada porque constantemente estaríamos plagiando aquello que queremos representar.

Insistiendo, lo anterior, siendo exagerados, también aplicaría para las palabras que refieren un universo. Si digamos, nos ponemos a hablar de una casa en Cuernavaca, siguiendo la razón de Jerry Urbieta, no podríamos hablar de “una casa en Cuernavaca” por temor a plagiar el objeto casa en Cuernavaca. Afortunadamente para todos los que hablamos y escribimos, las palabras “casa en Cuernavaca” no son el objeto mesurable casa en Cuernavaca, así como tampoco la fotografía tomada de una artesanía adquirida en un museo de Cuernavaca es la obra en sí de Jaimorales, 2014 (firma en la artesanía referida).

Pero si aún así el lector insistiera en que es el “diablito” el que ha sido modificado, plagiado o “adaptado”, tendría que redireccionar a mi carrete fotográfico, en donde se aprecia claramente que ninguna artesanía ha resultado lastimada en el proceso editorial de 50 demonios ni en el sello editorial del que es producto, ArteSanoDigital. De lo que sí tendría que confesarme es de haber alterado una fotografía que yo mismo tomé y es la que, sí, aparece en mis redes sociales como símbolo de mi trabajo.

Ahora bien, aun cuando la modificación de una fotografía que yo mismo tomé se llegara a considerar como plagio (habrá que decirlo con todas sus letras), he de remarcar que en ningún momento hay una intención de lucro.

Quienes se hayan acercado a ArteSanoDigital fácilmente pueden constatar que, hasta este momento, todos los productos que llevan su sello son totalmente gratuitos, sin esperar mayor pago que la referencia de autor cuando se compartan sus materiales, tal como lo especifica la licencia Creative Commons que en muchos casos abandera el producto y como así se presenta el eBook 50 demonios. Aún más, en la entrada inmediata anterior a esta refería el muy complicado acercamiento que tenemos la mayoría de los autores independientes hacia el mundo editorial, razón por la que los medios digitales han resultado idóneos para dar a conocer nuestra obra, en muchos casos de forma completamente gratuita, es decir, sin ningún ánimo de lucro. El lector interesado puede acercarse en este mismo blog a los apartados (en parte superior del blog) “Obras completas” (en los que sólo hay dos libros por los que hay que hacer un pago: Veinte poemas de la furia y La oficina del olvido) y “ArteSanoDigital” en donde se compilan todos mis trabajos como diseñador editorial (todos ellos gratuitos).

Todo lo anterior podría parecer una vehemente queja; en lo que quiero hacer hincapié es en el contraste entre una obra cut-up (“copiar y pegar” en mi traducción libre) cuyo fin sí es lucrativo, porque más de uno pagamos por una de esas piezas sin que el autor nos desmintiera sobre su pretendida originalidad, y otra obra que bien ahora podría ser de ArteSanoDigital como bien podría ser de cualquier otro artista que comparte su trabajo de buena fe, permitiendo a veces explícitamente sea compartido, no esperando mayor pago que el que en la copia se cite su autoría y, sobre todo, no se lucre con ella.

IV Consideraciones finales


Agradezco a Jerry Urbieta su manifiesta admiración hacia los textos de La oficina del olvido, si bien quizá no hacia mi persona, que si bien hay una relación entre obra y autor, lejos estamos de ser idénticos. Como decía varios párrafos arriba, en mi obra, tanto literaria como fotográfica sí hay un intentio auctoris por mostrar fuertes referentes de la cultura universal. En el caso específico de ArteSanoDigital y 50 demonios hay una intención por rendir tributo a los artesanos cartoneros de México y su creatividad. Para el caso, nunca ha sido mi intención esconder a los verdaderos autores de las piezas fotografiadas por mí, así como tampoco alterar la pieza ya terminada, y mucho menos lucrar dolosamente con ellas y hasta el momento tampoco con las fotografías que he tomado. Para el caso espacial de los textos que forman La oficina del olvido, esperaría que la activa lectura del lector fuera descubriendo los referentes, como en mi tiempo de formación universitaria yo mismo fui desentrañando los referentes literarios, filosóficos y culturales en la obra de Jorge Luis Borges, si bien entiendo que la comparación entre la obra del argentino y la mía es desproporcionada y hasta absurda. El mago de Oz y el universo kafkiano son apenas dos elementos que están permeando La oficina… Pero dejo a la inteligencia del lector quien sea la que desentrañe estos referentes y emita sus juicios de valor, y no la posible vanidad con la que ahora yo pudiera estar poniendo punto final.

**Se permite la copia en cualquier formato, siempre y cuando no se haga con fines de lucro, no se modifique el contenido del texto, se respete su autoría y esta nota se mantenga.

*Lectura sugerida: El plagio en las literaturas hispánicas: Historia, Teoría y Práctica. Kevin Perromat Augustín.


lunes

Corte y queda

Plagio
Copiar una obra ajena haciéndola pasar como propia. En sentido amplio, se considera plagio cuando hay semejanzas “sustanciales” entre una obra y otra considerada original, lo cual ha generado equívocos con prácticas creativas como el collage, la apropiación, el cut-up y el sampling. Sin embargo, en la medida que el artista no se declare autor de los materiales empleados, estas prácticas no deberían considerarse plagios ni violaciones a los derecho de autor, puesto que cortar y pegar fragmentos de obras no es lo mismo que copiarlas. Por lo demás, muchas veces estas técnicas creativas parten de la premisa de que el lector o espectador reconocerá el origen de los materiales que utiliza.

(Del Glosario en Contra el copyright, p. 108)

Exordio

No es lo mismo leer “Pierre Menard, autor del Quijote” (o, peor aún, El Quijote de Avellaneda) antes de leer la obra cervantina que a posteriori. El tiempo dispara una multiplicidad de interpretaciones; todas ellas, quizá, verosímiles; no todas verdaderas.

Por motivos de tiempo, espacio y situaciones adversas, no había tenido oportunidad de externar opinión personal sobre un asunto relativamente reciente en el que está implicada la colección Averno, ideas oscuras, de Ediciones y Punto, y de la que forma parte La oficina del olvido, de cuya autoría me precio y puedo dar fe por registro de derecho de autor.

De cualquier manera, he querido tomar distancia para no emitir juicios movidos por pasiones advenedizas. Por contrario, al tiempo que abordo esta nota tengo presentes todos los argumentos que se han esgrimido en la discusión sobre la originalidad de la colección Averno, ideas oscuras. Espero, de esta manera, arrojar conclusiones positivas sobre el tema, además de dejar abierto el diálogo razonable entre los posibles interesados.

Contextualización histórica

Llegué a conocer la convocatoria de Averno, ideas oscuras, de Ediciones y Punto, gracias a un post en Facebook de la revista Penumbria, publicación digital en la que ha aparecido más de un trabajo mío (cuentos, ilustraciones, ensayos y el diseño de una portada) y cuya confianza y amistad se ha forjado número a número de la revista.

Esta confianza fue la que me animó a ser partícipe de la convocatoria con La oficina del olvido. Afortunadamente, los criterios editoriales de Ediciones y Punto fueron empáticos con La oficina… A partir de la positiva notificación, se inició el trato personal con los responsables de la editorial.

En ningún momento y absolutamente por ninguna razón podría quejarme de su afectuoso recibimiento, tanto de mi obra como de mi persona. Desde aquel primer contacto en la librería Jorge Cuesta, Lucero García Flores y Mikel Lecumberri se comportaron con la mayor de las amabilidades, lo mínimo que un autor puede esperar de sus editores, un trato afectivo, caluroso y siempre generando un ambiente de amistad.

El proceso de edición de La oficina… marchó por los mismos causes de la cordialidad, de la camaradería, de la ciega amistad. La publicación y la consecuente distribución no podía desobedecer al ambiente generado. Sobradamente emotiva fue la visita a la ciudad de Cuernavaca, en la que se llevó a cabo el Festival Grotesco y del cual fue parte Ediciones y Punto, presentando, entre otros títulos, La oficina…

Como espero que quede claro en los párrafos precedentes, no hay en mí queja alguna sobre la buena acogida y el más que excelente trato de parte de la editorial.

Pero cuando el corazón se enamora, la razón también clama. Uno de los blogs que leo con asiduidad es el de M. F. Wlathe, porque, al igual que yo, es un autor independiente interesado en temas de literatura fantástica y de terror. Fue triste leer (por qué no decirlo) su reseña sobre La muerte es sueño, de Paulina Monroy, título también perteneciente a la colección Averno, ideas oscuras. En ella se delata la poca o nula originalidad de la obra gráfica que ilustra, al menos, hasta el número 5 de la colección, que corresponde a La oficina del olvido.

A partir de ahí se dieron en Facebook una serie de lo que para mí fueron desafortunadas declaraciones, tanto de Lucero y Mikel (como individuos), de la editorial Ediciones y Punto (como empresa), e incluso de algunos autores de la colección aludida. En medio de este desasosiego editorial, se fracturaron amistades, se hirieron susceptibilidades, se lastimaron proyectos.

Una vez estallada la polémica, he de reconocer que Ediciones y Punto, por vía de Lucero García Flores, intentó ponerse en contacto conmigo de inmediato. En esos días, desafortunadamente, asuntos familiares de gravedad requerían mi atención y minaron mi entusiasmo en otros asuntos, de los que La oficina… quizá sería el principal entonces. Cuando al fin hubo contacto telefónico con la editorial (no he de negarlo) el trato cordial fue el de siempre.

Sin embargo, conforme fue pasando el tiempo y fui percibiendo lo que se transmitía tanto en Facebook como en el blog de M. F. Wlathe, definitivamente tenía que hacer un llamado a la razón. He meditado tanto y tanto sobre todo lo que se escribió y, por lo que ahora leo en el blog de Buen Jerry, se sigue escribiendo. Pero también he meditado sobre lo que no se dijo (no sé si deliberadamente), sobre lo que no se ha dicho.

Poner en perspectiva

Es normal, creo, que cuando se dan este tipo de desavenencias, las opiniones se polaricen, enarbolando unos y otros argumentos a favor de una razón propia, cegando así los puntos nodulares del problema. Sobre eso trataré de dar luz ahora.

A razón de la reseña de M. F. Wlathe, al menos una autora de la colección Averno, Iliana Vargas, titubeante, según mi perspectiva, tomó partido a favor de la editorial. El resto de los autores, me incluyo en esto, guardamos silencio (al menos público) sobre el delicado tema de la originalidad de la obra gráfica, cuya autoría se atribuyó y creo se sigue atribuyendo a Mikel Lecumberri. Ese silencio (y otros ) fue una de mis preocupaciones y, finalmente, fue el que me movió a escribir estas líneas. Pero no nos adelantemos.

Por su parte, la editorial emitió una “Disculpa pública”. En dicho comunicado sólo se aludía a la obra “Raven and child’s corpse”, de la ilustradora sueca Erica Elly, misma a la que Wlathe hiso referencia en su reseña sobre La muerte es sueño, de Paulina Monroy. En este caso, Ediciones y Punto asumía como propio el error y prometía enmendarlo a la brevedad. Lo cierto es que tal obra no es la única en entredicho.

Por mi parte, y a fin de formarme un juicio propio y comenzar a dar forma a las palabras que ahora escribo, me puse a investigar todas y cada una de las piezas gráficas que conforman los tres títulos a mi alcance: La muerte es sueño, La oficina del olvido y Magnetofónica, este último de Illiana Vargas. Si bien es cierto que no logré encontrar todos los referentes de las obras, sí pude localizar las fuentes de algunos artistas cuyo trabajo sirvió como referente para lo que a posteriori (en el contexto de la discusión) se llamaría “collage”, “apropiación artística”, “cut-up”, sampling digital”.

Lo siguiente fue leer el correo electrónico que la editorial envió a sus autores, que repetía (con ampliación de algunos párrafos que pretendían dar fe de la legalidad del proceso de la obra gráfica en polémica) un segundo comunicado público en Facebook: “A la comunidad literaria”. En dicho comunicado se seguía haciendo alusión directa a la obra de Erica Elly y dejando para el resto de la piezas gráficas: “Todas las imágenes de nuestro acervo se someterán a un estricto escrutinio y auditoría para asegurar que el caso no vuelva a repetirse”.

Como decía, en el correo electrónico se pretendía dar fe de la legalidad de la técnica utilizada para formar las obras gráficas. Insistiendo en “Raven and child’s corpe”, se reafirma y se asume el error por parte de la editorial, si bien cabe señalar que

“nuestro equipo jurídico al estudiar este asunto nos manifestó que podría considerarse como excepción a este caso que la “adaptación” sí se dio puesto que la imagen en comento es una obra gráfica individual, misma que se adaptó a una obra literaria, siendo ambos tipos de obras diferentes entre sí”.

Con temor a equivocarme, puesto que en ningún sentido mi especialidad es la jurídica y mucho menos en materia de derechos de autor, mi interpretación es la siguiente, por muy difícil que parezca por el trago amargo que pueda implicar:

Puesto que tanto se insistió en la obra de Erica Elly, el presunto error de parte de la editorial consistió en que la obra en cuestión sufrió la “transformación” requerida para que fuera interpretada como “collage”, “cut-up” o “reapropiación artística” (los especialistas tendrán definiciones más acertadas). Lo que yo entendí como lector de La muerte es sueño es que “Ravena and child’s corpse” sí sufrió transformación, puesto que la firma de Erica Elly, puesta a un costado en el original, fue borrada y así fue como apareció en el contexto del libro de Paulina Monroy.

Ahora bien, si siguiéramos el argumento que refiere la cita anterior: el equipo jurídico refiere que la adaptación sí se dio, debemos tomar en cuenta que ni la obra de Paulina Monroy toma como fuente de inspiración la de Erica Elly ni ésta como fuente La muerte es sueño, siendo de esta forma que una no es derivada de la otra.
Un salto en el tiempo

Puestas las cosas en esta doliente perspectiva, es preciso dar un salto en el tiempo. Como decía al inicio, el trato tanto con Lucero García Flores como con Mikel Lecumberri fue más que excelente. Sin embargo, a la luz de los hechos referidos, ahora debo recordar con dolor que lo que a posteriori se ha querido llamar “collage” y/o “intervención artística”, nunca se dijo, no se expuso al inicio de nuestras relaciones. El lector podría pensar que ésta es una pequeñez que bien podría pasarse por alto puesto que ningún artista está obligado a dar cuenta de sus técnicas, musas e inspiraciones. Lo cierto es que siempre que yo y otros espectadores tuvimos contacto con la pretendida obra gráfica de Mikel Lecumberri aplaudimos, homenajeamos y animamos la originalidad de la obra. El artista, en tanto, se limitaba a guardar silencio.

Lo siguiente es algo que ya no sólo atañe a esta polémica en particular, sino a la forma en que la sociedad en su conjunto se conduce y comunica en el contexto de las nuevas tecnologías. Desde el surgimiento de internet y hoy día con el uso de las redes sociales, la transmisión, copia y uso de la información se ha masificado más que nunca en la historia. Buena parte de esa información pertenece al ámbito de la literatura y las artes. En este contexto, la reproducción de obras, incluso sin el referente de autor, es práctica cotidiana. Así, ya a nadie le extraña ni escandaliza que una misma imagen aparezca en más de un perfil de Facebook, Twitter, blog o cualquier otro espacio en la red, incluso sin referir el autor.

Mucho se ha dicho y escrito en materia de derechos de autor a la luz de esta nueva forma de consumo de información, tanto que este no es espacio para referirlo. El debate al respecto, eso sí, ha arrojado nuevas ideas y nuevas prácticas que, sí, van en contra de la hegemonía del Copyright, pero no en contra del derecho de autor. Sólo por citar unos ejemplos ahora bastante usuales, las licencias Creative Commons y Copy Left han resultado ser medios bastante eficaces para compartir obras en medios digitales, gratuitas en la mayoría de los casos y de las que, según el tipo de licencia, se permite la copia, transmisión e incluso la alteración de los materiales originales, toda vez que se cite y respete la autoría original y no se lucre con la obra original o derivada.

Caso personal, y ante la muy, muy difícil entrada en el mundo editorial, me he visto  precisado a maquetar, editar y publicar libros digitales propios y ajenos siempre usando una licencia Creative Commons 3.0. Dicha licencia, y quien me lea deberá estar en ese entendido, permite compartir libremente el material que se presente con la misma, siempre y cuando se refiera la autoría y no se lucre con el material compartido. Como decía líneas arriba, estas nuevas prácticas nos han ayudado a más de un autor a dar a conocer nuestro trabajo, trabajo que de otro modo podría salir a la luz pública debido al complicado mundo editorial al que tenemos que enfrentarnos. Lo que hacemos, pues, es compartir de buena fe nuestro trabajo, no esperando mayor ganancia que la amable mirada de un desocupado lector.

Dicho lo anterior, creo que queda claro que no escandaliza tanto la presunta reapropiación de una obra como su apropiación dolosa toda vez que se lucra con las ideas de otra persona. En lo personal, no tengo problema cuando alguna de mis fotografías es compartida (lo he llegado a ver) en las redes sociales (o en cualquier otro espacio de internet), aun sin la referencia de autor. Toda vez que yo subo una fotografía a Facebook, Twitter, Blogger o cualquier otro espacio virtual, estoy consciente de que ésta puede ser tomada por cualquier otra persona en cualquier parte del mundo. Lo mínimo que esperaría es que se refiriera mi nombre como autor. Todavía más: debido a las prácticas cotidianas de copiar y pegar imágenes en internet sin dar crédito de autor, no me espantaría tanto como si un buen día viera alguna de mis piezas fotográficas y/o diseños impresos y vendidos sin mi autorización y con la firma de un tercero, dicho sea de paso, sin absolutamente ninguna ganancia para mí.

Conclusiones

Puedo comprender que el problema de la obra gráfica de Mikel Lecumberri (cualquiera que quiera ser la técnica utilizada) al interior de la colección Averno, ideas oscuras puede ser tomado como un mero malentendido o, como se anunciaba en los comunicados oficiales, un “error de archivos digitales”. Los textos, tanto de mi obra literaria como la del resto de los autores, creo que han sido respetados en todo momento.

Doloroso es haber sido testigo de cómo la editorial ponía a la venta “prints” y grabados en madera con la pretendida obra de Mikel Lecumberri, quien, insisto, antes de la polémica desatada, guardó un silencio lapidario sobre la o las técnicas usadas en su trabajo como artista gráfico. A este respecto, no estaría de más conocer la seguramente especializada opinión de los autores que se supondrían fuente de inspiración para los “collages”, “cut-up”, “reapropiación” o “intervención” en cuestión y entre los que se encuentra, incluso, un mexicano egresado de la Universidad de Querétaro. Seguramente en algunos de estos artistas, cuyas obras han sido intervenidas y usadas en fines comerciales, cabrá la comprensión y el apoyo; no así para otros tantos.

Dejo también abierta la posibilidad de que un especialista en crítica de arte pudiera arrojar verdadera luz sobre este tema siempre tan difícil que se sitúa entre el plagio y el tributo.

Sé que, con este largo ensayo y exposición de razones, mi propio trabajo con La oficina del olvido se verá lastimado en más de un sentido, tocando además puntos sensibles de personas que me son muy queridas, entre las que destaca Lía Romero, quien tanta esperanza y empeño ha puesto en esa oficina de los mil demonios.

El infortunio de los diferentes problemas personales y laborales me ha impedido entrevistarme de nueva cuenta con la editorial Ediciones y Punto, quebrantando la relación más de lo que ya pudiera estar. De cualquier manera, no he querido retardar más esta exposición, siempre haciendo uso de mi derecho a la libertad de expresión, porque creo que resultará pertinente no sólo para los autores de Ediciones y Punto sino para toda la comunidad literaria independiente de la que me atrevo a decir formo parte.

Sé también que más de un autor de la colección Averno, ideas oscuras, me tachará de purista, ególatra intelectual (si algo tengo de intelectual), cuando no de oscurantista y retrógrada. No he querido aquí otra cosa que poner en perspectiva razones que, creo, permanecían en la oscuridad.


Junto a estas palabras, entrego aquí mi amistad (si tienen a bien recibirla) a personas que me han tratado con tanto afecto y tanta calidez: Lía Romero, Lucero García Flores, M. F. Wlathe, Miguel Lupián.


*Se permite la copia en cualquier formato, siempre y cuando no se haga con fines de lucro, no se modifique el contenido del texto, se respete su autoría y esta nota se mantenga.

**Para saber más (bibliografía y selección de artistas cuya obra fue intervenida) 

Da click sobre los títulos para redireccionar al material elegido:

Bibliografía

Artistas