Una vez un hombre de alta investidura que se pensaba bueno mandó cerrar las calles para pasar y andar entre las gentes. Mientras tanto, un viejo campesino que nada sabía de investiduras, deseaba, como todos los días, ir al campo para ganarse algo que llevarse a la boca. Cerradas las calles del pueblo, los fanáticos y los militares que custodiaban el camino del gran hombre no dejaron pasar al viejo, tachándolo de necio, de loco, de ignorante. Al caer la noche, con las calles habitadas solamente por los montones de basura abandonados al paso del dignatario, el anciano murió solo y hambriento.
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