miércoles

Escribir con luz

En una obra literaria, a todos esos elementos que están orbitando fuera del discurso estrictamente literario, se le llaman "elementos paratextuales" y "elementos extraliterarios". Los primeros pueden ser aquellos como el título de la obra, el autor, el género, la editorial, el país de origen y otros tantos que nos predeterminan la forma en que leeremos un determinado libro, pero que, finalmente, no nos cuentan lo que está dentro del libro. Los segundos, por otro lado, pueden ser la biografía del autor, el contexto social, su relación con otras obras del mismo género o tiempo, o, incluso con el resto de la producción literaria de un país o de todo el mundo. De alguna manera, también estos elementos nos dicen algo sobre la obra que leeremos, pero que no conocemos cabalmente sino hasta que leemos todo el libro.

Dadas estas circunstancias, una corriente de la crítica literaria prefirió hacer caso omiso de esos elementos justificando que lo realmente importante de una obra literaria es, justamente, el discurso estrictamente literario, aquello que se cuenta al interior de la obra. Para que nos quede un poco más claro, pongamos un ejemplo: supongamos que, de pronto, tenemos un libro del que no sabemos absolutamente nada: no tiene forros y, por tanto, no conocemos el nombre del autor, ni el género al que pertenece, ni el título. Al hojearlo, por su aspecto físico, podemos darnos una idea de lo que es: si está escrito en líneas cortadas, quizá tengamos un libro de poemas o, tal vez, un guión de teatro o de cine; si es el caso de que esté escrito a renglón seguido, entonces tal vez tengamos un libro de cuentos, una novela o un ensayo. Todo esto sólo por pensar en una obra de arte literaria, pero la verdad es que es posible que también pudiéramos tener frente a nosotros un tratado antiguo de medicina o cualquier otra cosa. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo conocer de lo que se trata ese libro y la intención última del autor si no siempre tenemos la posibilidad de tenerlo cerca de nosotros para que nos explique de lo que se trata su trabajo.

Ahora bien, lo mismo, creo, se puede aplicar al discurso fotográfico, e incluso con más razón. No siempre tenemos al autor de una fotografía para que nos explique sus verdaderas intenciones al haber tomado una foto y hacerla pública. Entonces, al igual que con un libro, con lo único que contamos para explicarnos la fotografía es lo que está al interior de la fotografía y el discurso que presenta. Algo, por muy breve que sea, queremos decir cuando decidimos hacer tal o cual encuadre, hacer un recorte o una edición determinada; algo queremos decir cuando, también en la fotografía con teléfono móvil, decidimos usar tal o cual filtro. De otro modo, si usamos de esos elementos, digamos, a la diabla, sólo por ir tirando, creo que realmente no avanzamos mucho y, más bien, tenemos un discurso fotográfico bastante pobre. Es bien cierto lo que recientemente dijo Pedro Méyer: actualmente hay muchos fotógrafos, pero pocos con una verdadera cultura visual. Aún cuando una imagen pueda ser hecha en estudio y con una escenografía muy a propósito, de cualquier modo, ¿qué nos estaría diciendo esa imagen de estudio?, ¿cuál sería su mensaje?

Definitivamente, no puedo creer que una fotografía no tenga narrativa, porque, entonces, ¿con qué sentido tomamos una cámara y oprimimos el botón? Incluso en una fotografía meramente ornamental se dice algo, algo sobre la belleza, quizá, de un paisaje, un bodegón, un desnudo, un retrato. No podemos dejar de contar algo cuando se usa el lenguaje escrito o cuando se pinta con luz.

jueves

43

La violencia en México parece una enfermedad que no respeta género, edad ni estrato socioeconómico. El arte es una de las mejores formas de responder, de hacerle frente a este estado de las cosas. Te invito a leer y compartir la edición especial del 4º aniversario de la Revista Literaria Monolito, dedicada al tema de la violencia en México. Diferentes artistas abordan la problemática que vivimos desde hace ya varios sexenios en nuestro país. Diferentes miradas, diferentes disciplinas; una misma preocupación.

"43" es un cuento que guardé un año entero, por respeto, por tristeza, por esperanza; por México. Puedes leerlo y compartirlo en la página 73.

ArteSanoDigital en Radio UNAM






viernes

Día internacional del libro

¿Qué significa un libro para mí? Tengo 41 años, crecí todavía en la tradición del libro impreso. Uno de mis géneros literarios favoritos es la ciencia ficción. Creo que una cosa llevó a la otra: desde pequeño, en ese afán de saber cómo sería nuestro mundo futuro, fue creciendo en mí el interés por las nuevas tecnologías. No podía, desde luego, dejar de imaginar también las futuras posibilidades del libro y la lectura. En la difícil, pero (para mí) no irreconciliable, transición del libro impreso al libro digital me encontré con románticas declaraciones como "yo prefiero el olor de la tinta" o "nada como sentir las viejas hojas de un libro impreso". Esas declaraciones, no niego, fueron mis propios argumentos de fervoroso lector de biblioteca andante. Con mi fervor por las nuevas tecnologías, y haciendo un poco de memoria en la historia del libro, pronto me di cuenta de que no es el soporte material lo que hace al libro, ni al lector. Si bien pensamos, la historia del libro impreso, en nuestra concepción de Gutenberg, tiene realmente una vida muy corta, en relación a la historia del ser humano, que neciamente se ha dado a la tarea de dejar constancia de su paso por este universo en los más diversos soportes materiales: piedra, papiro, códice, largos folios copiados a mano, libros impresos en serie, libros digitalizados y, ahora, libros hechos desde su origen por y para la era digital. Eso es, al final, un libro para mí, una voluntad, una magia, un arquetipo, que se posa por un instante en nuestros perecederos cuerpos para vivir por siempre.

Hoy en día, como Cervantes, o el narrador de Cervantes, o ese sueño que somos de Cervantes, leo todo lo que cae en mis manos, desde un cartel pegado en las calles hasta un tuit, pasando por el siempre memorable ciego argentino y el honorable manco de lepanto; y con eso tengo para multiplicar mis días y mis noches en esta inconmensurable biblioteca de Babel.

Al final, si me lo preguntan, cuando muera, que me pongan en un barquito de papel; quiero regresar al libro del que nací.

martes

Fábula del rey y el mendigo

Una vez un hombre de alta investidura que se pensaba bueno mandó cerrar las calles para pasar y andar entre las gentes. Mientras tanto, un viejo campesino que nada sabía de investiduras, deseaba, como todos los días, ir al campo para ganarse algo que llevarse a la boca. Cerradas las calles del pueblo, los fanáticos y los militares que custodiaban el camino del gran hombre no dejaron pasar al viejo, tachándolo de necio, de loco, de ignorante. Al caer la noche, con las calles habitadas solamente por los montones de basura abandonados al paso del dignatario, el anciano murió solo y hambriento.