Close your eyes and
you'll be there
where the mermaids
sing as they comb their hair
like a fountain of
gold you can never grow old
where dreams are made,
your love parade
—Madonna
Tenía yo dos años
de edad cuando José López Portillo asumió la presidencia de México. Entonces
estaría bastante lejos de interesarme la política, la literatura y la
mitología. Sin embargo, creo que, por causas que no nos es dado conocer, haber
nacido justo el 23 de septiembre de 1974 a las 12 horas me condujo a escribir
estas líneas que ahora comparto.
El mismo año que
López Portillo asumió la presidencia de mi país, editorial Salvat publicó Quetzalcoatl en una edición rústica…
Pero esperen, la historia no comienza ahí, tal vez, sólo tal vez.
Sería una tarde
lluviosa del año 2007 cuando en una librería de usado me encontré con una
edición de lujo bastante maltratada de Quetzalcoatl.
Esta edición en inglés fue hecha en New York por The Continuum Publishing
Company en el año de 1982. La página legal de esta edición afirma que el libro
fue publicado originalmente en español en 1977 por la Secretaria de Asentamientos
Humanos y Obras Públicas, en México. De la edición impresa un año antes en
España por Salvat nada se menciona en mi edición ilustrada y de tapas duras, a
la que, por cierto, le falta la tapa frontal y la camisa se le está desgarrando
literalmente. Esta edición, además de la obra principal escrita por José López
Portillo, contiene el ensayo Ethnohistoric and archeological testimony por
Demetrio Sodi.
Como muchos libros
comprados un tanto a la diabla, durante todos estos años no he leído aquel ilustrado sobre el gran dios mexicano; como
muchos, éste fue a dar al rebosante librero de páginas olvidadas.
Antes de terminar
aquel año 2007 tuve un curioso sueño: Delia me cantaba “Dear Jessie”, de
Madonna. Esta canción está incluida en el álbum Like a Prayer, publicado en la navidad de 1989. Ese mismo año había
conocido a Delia, mi primera novia. En realidad no fuimos novios sino hasta
ocho años después, cuando decidí matricularme en Psicología social para luego
cambiarme, tres años más tarde, a Letras hispánicas. Tuvimos un noviazgo fracturado
de tres o cuatro años. Luego de eso, adquirimos la costumbre de encontrarnos
una vez al año; y así hasta el 2007, cuando fue la última vez que la vi.
Recuerdo que una
tarde de 1999 Delia y yo fuimos a comprar libros a El Parnaso, una librería hoy
inexistente en Coyoacán. Compramos las Tragedias de Séneca, entre las que se
incluyen “Hipólito”, la tragedia que refiere el mito de Fedra, hermana de
aquella famosa Ariadna que quedó abandonada en la isla de Naxos, para luego
casarse con el dios Baco.
Más que el mito de
Fedra, me llamaba la atención la historia del laberinto cretense y su secuela. Siete
años después pude tener en mis manos “El lamento de Ariadna” de Claudio
Monteverdi, pieza compuesta en 1608, cuatrocientos años antes de dormir y
suponer que Ariadna Santillán también cantaba para mí en un escenario vacío y
triste.
No así la canción
de Madonna. Cualquier persona con un mínimo de atención encontrará que “Dear
Jessi” es una canción de cuna. Madonna coescribió esta melodía junto a Patrick
Leonard, cuya hija se llama Jessie. Lo curiosos es que antes de aquel sueño
apenas habré escuchado la canción un par de veces. En todo caso, creo, mi
inconsciente estaba reconociendo el cariño que Delia me tenía. Mi inconstancia
en el amor, mis eternas ganas de hacer arte y mi personalidad consciente no me
dejaron mantener una relación que pudo ser definitiva, como todos los primeros
amores, supongo.
A la mañana
siguiente me levanté a investigar sobre la canción que había escuchado en el
sueño. Estaba seguro que era de Madonna y no me fue difícil encontrarla. Busqué
la letra en la red y saqué una impresión para leerla y traducirla más adelante.
Aquella hoja que contenía la letra de “Dear Jessi” se perdió entre los muchos
libros y los muchos papeles; al menos eso recordaba.
Hoy, jueves 21 de
julio de 2011, rindiendo tributo a mi necia personalidad libresca, caminé entre
libros viejos. En un pequeño puesto sobre una acera encontré la mencionada
edición en español de Quetzalcoatl de
la editorial Salvat. Vi el libro y sopesé la posibilidad de leerlo a corto
plazo. A un lado estaban dos libros de Milan Kundera, cuyos títulos ahora no
recuerdo. Sin decidirme a comprar, seguí mirando y no encontré nada que fuera
de mi interés, más allá de un manojo de folios dedicados a la España de la
época de las cruzadas, impreso a mitad del siglo pasado. Puesto que entre mis
libros en espera sólo hay dos o tres novelas, pensé que lo mejor sería llevar
los dos de Kundera. Así que regresé al lugar en donde los había visto. Ya no
estaban. Tomé el Quetzalcoatl, lo
pagué y seguí mi camino.
Quince minutos
antes de comenzar a redactar esta nota me encontraba dispuesto a cerrar la
computadora para comenzar a leer el libro recién adquirido. A fin de cotejar
las dos ediciones que ahora están en mis manos, desempolvé aquella que había
comprado hace cuatro años. Apenas sacudí el libro, al que le falta una de sus
pastas duras, salió volando la hoja que contiene aquella impresión que hice de
“Dear Jessie”.
Moctezuma esperaba
que el dios Quetzalcoatl regresara algún día. Quizá una noche de 1492 soñó que
el regreso de aquel misterioso dios de piel blanca y barba negra estaría muy
cercano. Veintisiete años después, Hernán Cortés, anterior Jefe Magistrado de
Santiago de Cuba, tomó tierra en nuevo territorio, en un punto al que nombró
Vera Cruz, la Cruz verdadera. Un año después México-Tenochtitlan se rendiría
ante las fuerzas españolas. Aún sigue siendo un misterio para los historiadores
el porqué de la fácil cooperación de Moctezuma con los españoles.
No sé si algún
venturoso día volveré a ver a Delia. No sé si algún día volveré a ver a Ariadna
Santillán, quien también cantó para mí en un sueño acaso más terrible o más
hermoso. No sé si algún día volveré a ver a todas esas personas que conocí
algún día y que luego, por motivos diversos, nos hemos dejado para continuar,
cada quien, por senderos diferentes. Lo que sé es que mi destino está poblado
de sueños, de palabras, de fantasías, de fantasmas y canciones viejas. Quizá
pronto venga Teseo a redimirme; mientras tanto, seguiré buscando mi vida entre
los libros. Hay sueños que nunca te dejan en paz.
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