La obra de arte literaria, difusa, inconmensurable en su sentido último, inabarcable siempre ella, está más allá de cualquier soporte material, más allá de cualquier papel impreso. El libro, cualquier clase de libro, es, apenas, un mero soporte material (un medio, no un fin) para el resguardo de la memoria y el sentimiento humanos. Pero eso la secta de los Falsos lectores no puede, no quiere, verlo; dados a la adoración de falsas divinidades, confunden la poiesis con treinta dinares.
Benditos los mercaderes de libros, porque sus ojos están puestos en el pan.
Benditos los amantes de la literatura, porque su corazón ama desinteresadamente la palabra.
Malditos los mercenarios del conocimiento, porque dicen amar la palabra cuando lo que su negro corazón añora es fama y riqueza.
Bendita la tierra, porque ha de tragarnos a todos, sin hacer distinción de títulos, razas y géneros.
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