lunes

Corte y queda

Plagio
Copiar una obra ajena haciéndola pasar como propia. En sentido amplio, se considera plagio cuando hay semejanzas “sustanciales” entre una obra y otra considerada original, lo cual ha generado equívocos con prácticas creativas como el collage, la apropiación, el cut-up y el sampling. Sin embargo, en la medida que el artista no se declare autor de los materiales empleados, estas prácticas no deberían considerarse plagios ni violaciones a los derecho de autor, puesto que cortar y pegar fragmentos de obras no es lo mismo que copiarlas. Por lo demás, muchas veces estas técnicas creativas parten de la premisa de que el lector o espectador reconocerá el origen de los materiales que utiliza.

(Del Glosario en Contra el copyright, p. 108)

Exordio

No es lo mismo leer “Pierre Menard, autor del Quijote” (o, peor aún, El Quijote de Avellaneda) antes de leer la obra cervantina que a posteriori. El tiempo dispara una multiplicidad de interpretaciones; todas ellas, quizá, verosímiles; no todas verdaderas.

Por motivos de tiempo, espacio y situaciones adversas, no había tenido oportunidad de externar opinión personal sobre un asunto relativamente reciente en el que está implicada la colección Averno, ideas oscuras, de Ediciones y Punto, y de la que forma parte La oficina del olvido, de cuya autoría me precio y puedo dar fe por registro de derecho de autor.

De cualquier manera, he querido tomar distancia para no emitir juicios movidos por pasiones advenedizas. Por contrario, al tiempo que abordo esta nota tengo presentes todos los argumentos que se han esgrimido en la discusión sobre la originalidad de la colección Averno, ideas oscuras. Espero, de esta manera, arrojar conclusiones positivas sobre el tema, además de dejar abierto el diálogo razonable entre los posibles interesados.

Contextualización histórica

Llegué a conocer la convocatoria de Averno, ideas oscuras, de Ediciones y Punto, gracias a un post en Facebook de la revista Penumbria, publicación digital en la que ha aparecido más de un trabajo mío (cuentos, ilustraciones, ensayos y el diseño de una portada) y cuya confianza y amistad se ha forjado número a número de la revista.

Esta confianza fue la que me animó a ser partícipe de la convocatoria con La oficina del olvido. Afortunadamente, los criterios editoriales de Ediciones y Punto fueron empáticos con La oficina… A partir de la positiva notificación, se inició el trato personal con los responsables de la editorial.

En ningún momento y absolutamente por ninguna razón podría quejarme de su afectuoso recibimiento, tanto de mi obra como de mi persona. Desde aquel primer contacto en la librería Jorge Cuesta, Lucero García Flores y Mikel Lecumberri se comportaron con la mayor de las amabilidades, lo mínimo que un autor puede esperar de sus editores, un trato afectivo, caluroso y siempre generando un ambiente de amistad.

El proceso de edición de La oficina… marchó por los mismos causes de la cordialidad, de la camaradería, de la ciega amistad. La publicación y la consecuente distribución no podía desobedecer al ambiente generado. Sobradamente emotiva fue la visita a la ciudad de Cuernavaca, en la que se llevó a cabo el Festival Grotesco y del cual fue parte Ediciones y Punto, presentando, entre otros títulos, La oficina…

Como espero que quede claro en los párrafos precedentes, no hay en mí queja alguna sobre la buena acogida y el más que excelente trato de parte de la editorial.

Pero cuando el corazón se enamora, la razón también clama. Uno de los blogs que leo con asiduidad es el de M. F. Wlathe, porque, al igual que yo, es un autor independiente interesado en temas de literatura fantástica y de terror. Fue triste leer (por qué no decirlo) su reseña sobre La muerte es sueño, de Paulina Monroy, título también perteneciente a la colección Averno, ideas oscuras. En ella se delata la poca o nula originalidad de la obra gráfica que ilustra, al menos, hasta el número 5 de la colección, que corresponde a La oficina del olvido.

A partir de ahí se dieron en Facebook una serie de lo que para mí fueron desafortunadas declaraciones, tanto de Lucero y Mikel (como individuos), de la editorial Ediciones y Punto (como empresa), e incluso de algunos autores de la colección aludida. En medio de este desasosiego editorial, se fracturaron amistades, se hirieron susceptibilidades, se lastimaron proyectos.

Una vez estallada la polémica, he de reconocer que Ediciones y Punto, por vía de Lucero García Flores, intentó ponerse en contacto conmigo de inmediato. En esos días, desafortunadamente, asuntos familiares de gravedad requerían mi atención y minaron mi entusiasmo en otros asuntos, de los que La oficina… quizá sería el principal entonces. Cuando al fin hubo contacto telefónico con la editorial (no he de negarlo) el trato cordial fue el de siempre.

Sin embargo, conforme fue pasando el tiempo y fui percibiendo lo que se transmitía tanto en Facebook como en el blog de M. F. Wlathe, definitivamente tenía que hacer un llamado a la razón. He meditado tanto y tanto sobre todo lo que se escribió y, por lo que ahora leo en el blog de Buen Jerry, se sigue escribiendo. Pero también he meditado sobre lo que no se dijo (no sé si deliberadamente), sobre lo que no se ha dicho.

Poner en perspectiva

Es normal, creo, que cuando se dan este tipo de desavenencias, las opiniones se polaricen, enarbolando unos y otros argumentos a favor de una razón propia, cegando así los puntos nodulares del problema. Sobre eso trataré de dar luz ahora.

A razón de la reseña de M. F. Wlathe, al menos una autora de la colección Averno, Iliana Vargas, titubeante, según mi perspectiva, tomó partido a favor de la editorial. El resto de los autores, me incluyo en esto, guardamos silencio (al menos público) sobre el delicado tema de la originalidad de la obra gráfica, cuya autoría se atribuyó y creo se sigue atribuyendo a Mikel Lecumberri. Ese silencio (y otros ) fue una de mis preocupaciones y, finalmente, fue el que me movió a escribir estas líneas. Pero no nos adelantemos.

Por su parte, la editorial emitió una “Disculpa pública”. En dicho comunicado sólo se aludía a la obra “Raven and child’s corpse”, de la ilustradora sueca Erica Elly, misma a la que Wlathe hiso referencia en su reseña sobre La muerte es sueño, de Paulina Monroy. En este caso, Ediciones y Punto asumía como propio el error y prometía enmendarlo a la brevedad. Lo cierto es que tal obra no es la única en entredicho.

Por mi parte, y a fin de formarme un juicio propio y comenzar a dar forma a las palabras que ahora escribo, me puse a investigar todas y cada una de las piezas gráficas que conforman los tres títulos a mi alcance: La muerte es sueño, La oficina del olvido y Magnetofónica, este último de Illiana Vargas. Si bien es cierto que no logré encontrar todos los referentes de las obras, sí pude localizar las fuentes de algunos artistas cuyo trabajo sirvió como referente para lo que a posteriori (en el contexto de la discusión) se llamaría “collage”, “apropiación artística”, “cut-up”, sampling digital”.

Lo siguiente fue leer el correo electrónico que la editorial envió a sus autores, que repetía (con ampliación de algunos párrafos que pretendían dar fe de la legalidad del proceso de la obra gráfica en polémica) un segundo comunicado público en Facebook: “A la comunidad literaria”. En dicho comunicado se seguía haciendo alusión directa a la obra de Erica Elly y dejando para el resto de la piezas gráficas: “Todas las imágenes de nuestro acervo se someterán a un estricto escrutinio y auditoría para asegurar que el caso no vuelva a repetirse”.

Como decía, en el correo electrónico se pretendía dar fe de la legalidad de la técnica utilizada para formar las obras gráficas. Insistiendo en “Raven and child’s corpe”, se reafirma y se asume el error por parte de la editorial, si bien cabe señalar que

“nuestro equipo jurídico al estudiar este asunto nos manifestó que podría considerarse como excepción a este caso que la “adaptación” sí se dio puesto que la imagen en comento es una obra gráfica individual, misma que se adaptó a una obra literaria, siendo ambos tipos de obras diferentes entre sí”.

Con temor a equivocarme, puesto que en ningún sentido mi especialidad es la jurídica y mucho menos en materia de derechos de autor, mi interpretación es la siguiente, por muy difícil que parezca por el trago amargo que pueda implicar:

Puesto que tanto se insistió en la obra de Erica Elly, el presunto error de parte de la editorial consistió en que la obra en cuestión sufrió la “transformación” requerida para que fuera interpretada como “collage”, “cut-up” o “reapropiación artística” (los especialistas tendrán definiciones más acertadas). Lo que yo entendí como lector de La muerte es sueño es que “Ravena and child’s corpse” sí sufrió transformación, puesto que la firma de Erica Elly, puesta a un costado en el original, fue borrada y así fue como apareció en el contexto del libro de Paulina Monroy.

Ahora bien, si siguiéramos el argumento que refiere la cita anterior: el equipo jurídico refiere que la adaptación sí se dio, debemos tomar en cuenta que ni la obra de Paulina Monroy toma como fuente de inspiración la de Erica Elly ni ésta como fuente La muerte es sueño, siendo de esta forma que una no es derivada de la otra.
Un salto en el tiempo

Puestas las cosas en esta doliente perspectiva, es preciso dar un salto en el tiempo. Como decía al inicio, el trato tanto con Lucero García Flores como con Mikel Lecumberri fue más que excelente. Sin embargo, a la luz de los hechos referidos, ahora debo recordar con dolor que lo que a posteriori se ha querido llamar “collage” y/o “intervención artística”, nunca se dijo, no se expuso al inicio de nuestras relaciones. El lector podría pensar que ésta es una pequeñez que bien podría pasarse por alto puesto que ningún artista está obligado a dar cuenta de sus técnicas, musas e inspiraciones. Lo cierto es que siempre que yo y otros espectadores tuvimos contacto con la pretendida obra gráfica de Mikel Lecumberri aplaudimos, homenajeamos y animamos la originalidad de la obra. El artista, en tanto, se limitaba a guardar silencio.

Lo siguiente es algo que ya no sólo atañe a esta polémica en particular, sino a la forma en que la sociedad en su conjunto se conduce y comunica en el contexto de las nuevas tecnologías. Desde el surgimiento de internet y hoy día con el uso de las redes sociales, la transmisión, copia y uso de la información se ha masificado más que nunca en la historia. Buena parte de esa información pertenece al ámbito de la literatura y las artes. En este contexto, la reproducción de obras, incluso sin el referente de autor, es práctica cotidiana. Así, ya a nadie le extraña ni escandaliza que una misma imagen aparezca en más de un perfil de Facebook, Twitter, blog o cualquier otro espacio en la red, incluso sin referir el autor.

Mucho se ha dicho y escrito en materia de derechos de autor a la luz de esta nueva forma de consumo de información, tanto que este no es espacio para referirlo. El debate al respecto, eso sí, ha arrojado nuevas ideas y nuevas prácticas que, sí, van en contra de la hegemonía del Copyright, pero no en contra del derecho de autor. Sólo por citar unos ejemplos ahora bastante usuales, las licencias Creative Commons y Copy Left han resultado ser medios bastante eficaces para compartir obras en medios digitales, gratuitas en la mayoría de los casos y de las que, según el tipo de licencia, se permite la copia, transmisión e incluso la alteración de los materiales originales, toda vez que se cite y respete la autoría original y no se lucre con la obra original o derivada.

Caso personal, y ante la muy, muy difícil entrada en el mundo editorial, me he visto  precisado a maquetar, editar y publicar libros digitales propios y ajenos siempre usando una licencia Creative Commons 3.0. Dicha licencia, y quien me lea deberá estar en ese entendido, permite compartir libremente el material que se presente con la misma, siempre y cuando se refiera la autoría y no se lucre con el material compartido. Como decía líneas arriba, estas nuevas prácticas nos han ayudado a más de un autor a dar a conocer nuestro trabajo, trabajo que de otro modo podría salir a la luz pública debido al complicado mundo editorial al que tenemos que enfrentarnos. Lo que hacemos, pues, es compartir de buena fe nuestro trabajo, no esperando mayor ganancia que la amable mirada de un desocupado lector.

Dicho lo anterior, creo que queda claro que no escandaliza tanto la presunta reapropiación de una obra como su apropiación dolosa toda vez que se lucra con las ideas de otra persona. En lo personal, no tengo problema cuando alguna de mis fotografías es compartida (lo he llegado a ver) en las redes sociales (o en cualquier otro espacio de internet), aun sin la referencia de autor. Toda vez que yo subo una fotografía a Facebook, Twitter, Blogger o cualquier otro espacio virtual, estoy consciente de que ésta puede ser tomada por cualquier otra persona en cualquier parte del mundo. Lo mínimo que esperaría es que se refiriera mi nombre como autor. Todavía más: debido a las prácticas cotidianas de copiar y pegar imágenes en internet sin dar crédito de autor, no me espantaría tanto como si un buen día viera alguna de mis piezas fotográficas y/o diseños impresos y vendidos sin mi autorización y con la firma de un tercero, dicho sea de paso, sin absolutamente ninguna ganancia para mí.

Conclusiones

Puedo comprender que el problema de la obra gráfica de Mikel Lecumberri (cualquiera que quiera ser la técnica utilizada) al interior de la colección Averno, ideas oscuras puede ser tomado como un mero malentendido o, como se anunciaba en los comunicados oficiales, un “error de archivos digitales”. Los textos, tanto de mi obra literaria como la del resto de los autores, creo que han sido respetados en todo momento.

Doloroso es haber sido testigo de cómo la editorial ponía a la venta “prints” y grabados en madera con la pretendida obra de Mikel Lecumberri, quien, insisto, antes de la polémica desatada, guardó un silencio lapidario sobre la o las técnicas usadas en su trabajo como artista gráfico. A este respecto, no estaría de más conocer la seguramente especializada opinión de los autores que se supondrían fuente de inspiración para los “collages”, “cut-up”, “reapropiación” o “intervención” en cuestión y entre los que se encuentra, incluso, un mexicano egresado de la Universidad de Querétaro. Seguramente en algunos de estos artistas, cuyas obras han sido intervenidas y usadas en fines comerciales, cabrá la comprensión y el apoyo; no así para otros tantos.

Dejo también abierta la posibilidad de que un especialista en crítica de arte pudiera arrojar verdadera luz sobre este tema siempre tan difícil que se sitúa entre el plagio y el tributo.

Sé que, con este largo ensayo y exposición de razones, mi propio trabajo con La oficina del olvido se verá lastimado en más de un sentido, tocando además puntos sensibles de personas que me son muy queridas, entre las que destaca Lía Romero, quien tanta esperanza y empeño ha puesto en esa oficina de los mil demonios.

El infortunio de los diferentes problemas personales y laborales me ha impedido entrevistarme de nueva cuenta con la editorial Ediciones y Punto, quebrantando la relación más de lo que ya pudiera estar. De cualquier manera, no he querido retardar más esta exposición, siempre haciendo uso de mi derecho a la libertad de expresión, porque creo que resultará pertinente no sólo para los autores de Ediciones y Punto sino para toda la comunidad literaria independiente de la que me atrevo a decir formo parte.

Sé también que más de un autor de la colección Averno, ideas oscuras, me tachará de purista, ególatra intelectual (si algo tengo de intelectual), cuando no de oscurantista y retrógrada. No he querido aquí otra cosa que poner en perspectiva razones que, creo, permanecían en la oscuridad.


Junto a estas palabras, entrego aquí mi amistad (si tienen a bien recibirla) a personas que me han tratado con tanto afecto y tanta calidez: Lía Romero, Lucero García Flores, M. F. Wlathe, Miguel Lupián.


*Se permite la copia en cualquier formato, siempre y cuando no se haga con fines de lucro, no se modifique el contenido del texto, se respete su autoría y esta nota se mantenga.

**Para saber más (bibliografía y selección de artistas cuya obra fue intervenida) 

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