miércoles

El meme como una de las bellas artes

Exordio

Mira, mamá, yo también sé cortarme la cabeza
Andrés Galindo, 2015
Técnica: cut-up a partir de la obra de Richard "French" Sayer y
autorretrato de Andrés Galindo "El rey de la escoba" (2010).
Para cortar y pegar se utilizó Photoshop de escritorio.
Para la edición final se usó la App Procreate para iPad.
*Ningún autorretratado resultó herido en el proceso.
Bien puede considerarse esta entrada en mi blog como continuación de la inmediata anterior, “Corte y queda”. En ella abordaba de manera extensa el espinoso tema del plagio y su relación con prácticas hoy consideradas como técnicas artísticas (cut-up, sampling, collage, etc). Como bien se puede apreciar, el tema me es de interés por cuanto hay una obra literaria mía implicada, La oficina del olvido. Pero además (y con esto pediría disculpas al posible lector por la extensión de mis palabras), en términos generales, el tema me resulta apasionante desde los años de universidad. Alguna vez escribí una infortunada tesis sobre dos referentes indispensables en la obra de Jorge Luis Borges: Arthur Schopenhauer y El Quijote de Cervantes. Así, términos como “plagio”, “intertextualidad", “palimpsesto”, “collage”, “cita” y un largo etcétera, no me son ajenos, si bien ahora distantes en tiempo. Esa distancia, creo, es lo que remueve ahora mis pasiones y lo que me anima a insistir en el tema.

Si bien es cierto que la tesis y los términos mencionados refieren una investigación sobre literatura, sé bien que, mediando un análisis detallado, se pueden aplicar a las artes gráficas.

Desafortunadamente éste no es el espacio óptimo para desarrollar una cuidada tesis sobre intertextualidad en obras de arte. Con todo, y en la medida en que el tiempo lo permita, a estas dos últimas entradas iré sumando otros apuntes al respecto, ya que soy de la opinión de que lo que en esta entrada se escriba dejará más de un punto en el tintero.

Así pues, quede esta entrada como introducción al tema y, en lo que corresponde a la polémica con Ediciones y Punto, sello editorial que publica La oficina del olvido, respuesta a los comentarios de Jerry Urbieta, publicados en https://buenjerry.wordpress.com/2015/09/01/mi-respuesta-para-andres-galindo/ 

I El silencio de los inocentes

En “Corte y queda” insistía sobre lo que no se ha dicho en la polémica con Ediciones y Punto, y es en esos puntos en los que quería centrar la atención; esperaba que a partir de ahí se diera una interpretación justa sobre las imágenes que acompañan a la colección Averno, ideas oscuras, además de descubrir el proceso creativo de Mikel Lecumberri al referirlas y firmarlas como propias. Efectivamente, como ya se ha insistido mucho, tras la lectura de M. F. Wlathe, los comunicados oficiales de la editorial pusieron de manifiesto el “error” cometido en una de las obras, si bien es cierto que varias más estaban implicadas. Luego de aquellos comunicados, tanto la editorial como la mayoría de sus autores han guardado silencio. En lo personal, me da gusto que Jerry Urbieta subiera a la palestra y emitiera un juicio, si bien la mayoría de sus argumentos pueden ser contrarios a los aquí esgrimidos. Esta diferencia, creo, se debe a los puntos desde los que se parte para hacer la apreciación: tengo a bien entender, el campo de especialidad de Jerry Urbieta es la abogacía; en tanto que mi perspectiva es la de investigador de literatura hispánica, digamos con una mirada más cercana a las artes y sus artificios estéticos. Con esto no quiero que se me mal interprete y se piense que infravaloro los argumentos de Jerry Urbieta, puesto que el punto de vista jurídico en la historia del plagio ha sido siempre imprescindible y arrojando una luz distinta según la época.

Lo incómodo, lo triste, es que ni el artista Mikel Lecumberri ni el resto de los autores se pronunciaran en esta polémica. Luego de aquellos comunicados oficiales, y de algunas opiniones expresadas al calor de la pasión, del apuro, del chacoteo y con la improvisación propia de las redes sociales, parece que sobre el tema caía una lápida de silencio impuesto.

Mientras que para Urbieta el tema está agotado y lo demás es una “denuncia vehemente”, para mí lo que hay es una cómoda aceptación de los hechos, porque, en el caso de los autores, como La oficina del olvido, su obra literaria (dicho sea de paso, admirable) corría el riesgo de sufrir daños colaterales. Quizá neciamente, en este silencio quise ver un individualismo a ultranza, heredado en México por siglos de diferencia de clases. Aquí aplicaría el dicho coloquial: “mientras a mí no me afecte, no hay problema”. Así, fue más fácil guardar silencio y apoyar la versión a posteriori de que se trataba de “collage” antes que reflexionar y poner en perspectiva la situación. Como dije antes, al hacer pública mi opinión, sé que estoy atentando contra la fortuna de mi propia obra. Con todo, me resulta preferible antes que comulgar con procedimientos con los que de ninguna manera podría estar de acuerdo.

II En el país del meme, el tuerto es rey

He de reconocer que, al momento en que escribo estas líneas, cualquier argumento que yo pueda esgrimir tomando como referente la legislación autoral, estará deslucido por mi ignorancia, ya que, como antes dije, no es mi campo de especialización. Al iniciar la redacción de esta entrada, tenía temor de tocar este punto, tanto porque no pudiera dar con las palabras adecuadas como por la necesidad de extenderme ad nauseam sobre la radical diferencia entre una obra de arte (cuya técnica bien puede ser el collage) y un meme que se repite de forma viral en las redes sociales. En tanto, un comentario en Facebook de Huge Mess me permitió ver un poco más allá de mi nariz:

"Son muy interesantes los ejemplos que da el Buen Jerry Urbieta acerca de las adaptaciones y demás pastiches posmodernos pero creo que si se comparan con los que provocaron la reacción de Andrés, es decir, los que aparecen en varios libros de la editorial en cuestión, hay una enorme diferencia: en el cartón sobre el plomero que quiso ser Mario Bros con fatales consecuencias, en la foto de Hitler, en lo que pensaba Winnieh Pooh o en otras adaptaciones (acabo de ver aquí en FB un puerquito volando en un cuadro de Van Gogh o al Moisés Hollywoodense cargando en vez de tablas de la ley varios discos de rock progresivo) en ellas hay un elemento nuevo, creativo, innovador o que nos hace darle una nueva perspectiva, una revisión al original: un Hitler que habla como tepiteño, un tierno osito que es en realidad lujurioso, el prog como ley divina, etc. ¿Eso ocurre con los libros a discusión? Por lo que vi (y lo vi de pasadita) no había nada innovador o que nos diera una nueva perspectiva, sólo girar la imagen o cortar y pegar con la mitad de otra, que parecen más intentos de que no se note que es la misma de alguien más, como disfrazando el plagio más que reinventándola".

A esto, agregaría: las intenciones de cada pieza son diferentes. Un meme, aún cuando nos brinde una nueva perspectiva, una nueva lectura de una obra de arte o una imagen determinada, tiene en sí una finalidad primordialmente lúdica, carnavalezca. Sólo una mente neófita interpretaría un meme como una obra de arte. Una pieza de arte, como las que pretenden acompañar a la colección Averno y, en esto quiero ser insistente, las que se firman y comercializan como prints y grabados, si bien también pueden ser lúdicas, creo, la finalidad primera es la del goce estético. Aún más, cuando la obra del artista es producto de largos años de reflexión sobre un tema, la pieza, además del mero goce estético, conmina al espectador a reflexionar sobre un tema implicado en la obra. Ese proceso de reflexión/creatividad, creo, es lo que no se dio en el trabajo de Mikel Lecumberri.

Los caminos del arte, como los de Dios, son misteriosos y yo sólo espero que no llegue el día en que tenga que ver una tesis que afirme el meme como una de las bellas artes, como tampoco sería partidario de un artista postmoderno cuya técnica y pericia se limita a hacer un uso básico de algunos programas de diseño o, sobrados casos, como todos aquellos artistas con escasos recursos reflexivos que arrojan azarosas manchas de pintura sobre una superficie, copiando desenfadadamente a aquellos pioneros que llegaron a esas mismas técnicas tras largos años de reflexión y experimentación.

III Máscaras y demonios

Como artista (si es que algo tengo de artista), justo la reflexión y experimentación es lo que me ha llevado a ciertos resultados. Como he recalcado reiteradas veces en este espacio (y en tantos otros), mi área de especialidad es la literatura. Mi respeto, aprecio y afición a otras áreas del arte viene de un acercamiento autodidacta e interdisciplinario.

La interdisciplina siempre corre el riesgo de traspasar fronteras y confundir al espectador. Sin embargo, siempre se puede volver a apelar a la razón lógica para descubrir lo que hay detrás de una máscara.

Como bien se sabe, sin ser fotógrafo profesional, la fotografía es una de las disciplinas que más admiro y trato de ejercer en la medida en que mis escasos conocimientos me lo permiten. Quien alguna vez se haya acercado tanto a mi obra escrita como a las fotografías que he hecho (al margen de su buena o mala calidad) no tardará en reconocer que en cada obra hay deliberados y fuertes referentes intertextuales (como estas mismas líneas, en cuyo inicio manifiesto mi dilatado interés sobre el tema). Llegar a estas conclusiones, valga decir, ha sido esfuerzo de años y, por qué no decirlo, en más de una oración producto de la amistad sincera.

El primer acercamiento que tuve con el mundo de la cartonería fue hará ya unos cinco años con una artesana que respeto y admiro, Isabel Huerta. A ella le debo una Catrina, que dejó en mis manos como prueba de amistad.

Quizá el párrafo anterior parezca gratuito, pero fue justo lo que me ha permitido enlazarlo con la fotografía. Si yo o cualquier fotógrafo (incluso un pintor) retrata una artesanía o, ejemplo mejor, una escultura de, digamos, Miguel Ángel, sólo un neófito pensaría que se está plagiando la obra de Miguel Ángel. Para ponerlo en términos más cómodos: la fotografía de una escultura de Miguel Ángel es eso, una fotografía, pero no es la obra de Miguel Ángel. En ese sentido, el fotógrafo, con un afán de ser preciso, explicaría que la fotografía la ha tomado él y en ella aparece una escultura de Miguel Ángel. Algo similar pasaría si un pintor o un dibujante decidiera hacer un boceto o un cuadro de, digamos, las piezas arqueológicas de una excavación, como efectivamente pasó con los primeros exploradores en cuya época se carecía de elementos fotográficos. Esos dibujos son una representación de las piezas arqueológicas, pero no las piezas en sí. Imaginemos el absurdo de que un arqueólogo, al no poder dibujar, tuviera que cargar con una pirámide entera.

Bien, aún cuando fuéramos lo suficientemente locos para considerar que una fotografía de una obra de Miguel Ángel Buonarroti es un plagio, siguiendo esta lógica, una fotografía, una pintura, una escultura que retrate, digamos, a Hitler, sería un plagio sobre la persona de Hitler. En consecuencia, nadie podría retratar a nadie ni nada porque constantemente estaríamos plagiando aquello que queremos representar.

Insistiendo, lo anterior, siendo exagerados, también aplicaría para las palabras que refieren un universo. Si digamos, nos ponemos a hablar de una casa en Cuernavaca, siguiendo la razón de Jerry Urbieta, no podríamos hablar de “una casa en Cuernavaca” por temor a plagiar el objeto casa en Cuernavaca. Afortunadamente para todos los que hablamos y escribimos, las palabras “casa en Cuernavaca” no son el objeto mesurable casa en Cuernavaca, así como tampoco la fotografía tomada de una artesanía adquirida en un museo de Cuernavaca es la obra en sí de Jaimorales, 2014 (firma en la artesanía referida).

Pero si aún así el lector insistiera en que es el “diablito” el que ha sido modificado, plagiado o “adaptado”, tendría que redireccionar a mi carrete fotográfico, en donde se aprecia claramente que ninguna artesanía ha resultado lastimada en el proceso editorial de 50 demonios ni en el sello editorial del que es producto, ArteSanoDigital. De lo que sí tendría que confesarme es de haber alterado una fotografía que yo mismo tomé y es la que, sí, aparece en mis redes sociales como símbolo de mi trabajo.

Ahora bien, aun cuando la modificación de una fotografía que yo mismo tomé se llegara a considerar como plagio (habrá que decirlo con todas sus letras), he de remarcar que en ningún momento hay una intención de lucro.

Quienes se hayan acercado a ArteSanoDigital fácilmente pueden constatar que, hasta este momento, todos los productos que llevan su sello son totalmente gratuitos, sin esperar mayor pago que la referencia de autor cuando se compartan sus materiales, tal como lo especifica la licencia Creative Commons que en muchos casos abandera el producto y como así se presenta el eBook 50 demonios. Aún más, en la entrada inmediata anterior a esta refería el muy complicado acercamiento que tenemos la mayoría de los autores independientes hacia el mundo editorial, razón por la que los medios digitales han resultado idóneos para dar a conocer nuestra obra, en muchos casos de forma completamente gratuita, es decir, sin ningún ánimo de lucro. El lector interesado puede acercarse en este mismo blog a los apartados (en parte superior del blog) “Obras completas” (en los que sólo hay dos libros por los que hay que hacer un pago: Veinte poemas de la furia y La oficina del olvido) y “ArteSanoDigital” en donde se compilan todos mis trabajos como diseñador editorial (todos ellos gratuitos).

Todo lo anterior podría parecer una vehemente queja; en lo que quiero hacer hincapié es en el contraste entre una obra cut-up (“copiar y pegar” en mi traducción libre) cuyo fin sí es lucrativo, porque más de uno pagamos por una de esas piezas sin que el autor nos desmintiera sobre su pretendida originalidad, y otra obra que bien ahora podría ser de ArteSanoDigital como bien podría ser de cualquier otro artista que comparte su trabajo de buena fe, permitiendo a veces explícitamente sea compartido, no esperando mayor pago que el que en la copia se cite su autoría y, sobre todo, no se lucre con ella.

IV Consideraciones finales


Agradezco a Jerry Urbieta su manifiesta admiración hacia los textos de La oficina del olvido, si bien quizá no hacia mi persona, que si bien hay una relación entre obra y autor, lejos estamos de ser idénticos. Como decía varios párrafos arriba, en mi obra, tanto literaria como fotográfica sí hay un intentio auctoris por mostrar fuertes referentes de la cultura universal. En el caso específico de ArteSanoDigital y 50 demonios hay una intención por rendir tributo a los artesanos cartoneros de México y su creatividad. Para el caso, nunca ha sido mi intención esconder a los verdaderos autores de las piezas fotografiadas por mí, así como tampoco alterar la pieza ya terminada, y mucho menos lucrar dolosamente con ellas y hasta el momento tampoco con las fotografías que he tomado. Para el caso espacial de los textos que forman La oficina del olvido, esperaría que la activa lectura del lector fuera descubriendo los referentes, como en mi tiempo de formación universitaria yo mismo fui desentrañando los referentes literarios, filosóficos y culturales en la obra de Jorge Luis Borges, si bien entiendo que la comparación entre la obra del argentino y la mía es desproporcionada y hasta absurda. El mago de Oz y el universo kafkiano son apenas dos elementos que están permeando La oficina… Pero dejo a la inteligencia del lector quien sea la que desentrañe estos referentes y emita sus juicios de valor, y no la posible vanidad con la que ahora yo pudiera estar poniendo punto final.

**Se permite la copia en cualquier formato, siempre y cuando no se haga con fines de lucro, no se modifique el contenido del texto, se respete su autoría y esta nota se mantenga.

*Lectura sugerida: El plagio en las literaturas hispánicas: Historia, Teoría y Práctica. Kevin Perromat Augustín.