sábado

Falsos lectores (apócrifos IV)

La culterana lección posmo "onirorgasmos" es una palabra grave; por tanto, no lleva tilde en su sílaba tónica. El original, encontrado en una botella arrojada al mar de la esperanza, marca "onirorgásmos"; y de esta forma fue reproducido en otros espacios. Dejo al futuro la libre elección entre la copia fiel de la ceguera y la corrección de la estupidez de mi propio reflejo.

Falsos lectores 4

Advertencia: por aludir a un proceso meramente personal, el ocasional lector puede pasar de largo por esta nota sin verse lastimado en la economía de su tiempo. He querido, con todo, hacer transcripción de este festejo por considerarlo curioso y, acaso, digno de memoria, aunque sea para el espejo.

1

El primero de septiembre del 2003 decidí, dueño de mi voluntad, apagar para siempre la caja idiota. Los primeros días y los primeros meses fueron curiosos: la gente preguntaba ¿por qué no ves televisión? ¿es que no has visto las noticias? ¿has visto ese anuncio tan divertido? ¿cómo te enteras de las cosas que pasan en el mundo? Aún hoy me llegan ecos de esos primeros días.  En sus mejores formas, esas charlas tomaron la dinámica de la transmisión oral, debiendo el narrador referir escenas visuales que no estaban en mi entendimiento. Con los años, las conversaciones aprendieron a eludir temas televisivos. Entonces hubo mucha gente que quiso reconvenir mi postura argumentando que también existía la televisión cultural. Hay libros que, por geniales que parezcan, no podré leer; los perdidos en la biblioteca de Alejandría, por ejemplo.

Luego de aquel ya lejano 2003, me di a la tarea de leer las obras completas del argentino ciego y del polémico premio nobel mexicano; con fervor el primero, con entendimiento el segundo. Con una tesis que hoy nadie leería ni aprobaría, terminé mis estudios en letras hispánicas en el 2006. Después de eso existía el páramo.

En aquellos años las nuevas tecnologías y sus nuevas formas de comunicación me resultaban, más bien, aberrantes, tanto o más como la televisión. Alguna vez habré utilizado el chat como medio de holgazanería y no más. Abandoné y continué mi camino por el papel impreso, leyendo lo que caía en mis manos.

Sería en la primera mitad del 2010 cuando, finalmente, me decidí a abrir una cuenta de Facebook, una de las dos redes sociales más populares. Iluso, llegué a pensar que podía controlar las comunicaciones, los contenidos y la afluencia a mi "muro". Por un tiempo todo marchó en orden y concordia. Tuve el cuidado de que mis contactos estuvieran interesados en la cultura, si bien ahora no podría dar una definición justa de lo que entiendo por "cultura". Llegué a conocer a admirables escritores, poetas y artistas en diferentes disciplinas. No siempre fue así, si he de ser honesto; lo que es más, en su mayoría eran artistas más bien mediocres y pusilánimes, arrogantes y altivos, acaso como quien suscribe.

Facebook llegó a granjearme amigos, reencuentros, proyectos y, por qué no decirlo, metas logradas. Pero llegó un momento en que la acumulación de diálogos virtuales entorpeció mi espíritu y sentí que estaba comenzando a olvidar quién era yo y cuál era mi camino. Luego de una serie de diálogos infructuosos con el equipo de Revista Beat, tomé conciencia de que, finalmente, no existía ya ninguna razón de peso que me atara a la red social.

Nunca he terminado de entender, o no quiero entender, aquello de "cerrar círculos". Algo de duelo quedaba en cerrar (temporalmente) mi cuenta: como palabras en el tintero, quedaban ahí charlas inconclusas, proyectos sin terminar, amistades (muchas de ellas ya materializadas en un encuentro de café, en un recital de poesía, en un abrazo franco y una esperanza). Queda ahí latiendo, entre paréntesis, la temporalidad. Es, hoy día, ineludible la comunicación sin el uso de las redes. Sé que, pasada la reflexión en completa soledad, retomaré el camino por la senda del consumismo. Con todo, la conclusión última a la que pude llegar es que de los artistas lo mejor es aprender a apreciar su trabajo y, mejor, olvidar sus aborrecibles personalidades.

2

Poco antes de cerrar mi cuenta de Facebook, una inocente compañera de armas me pidió un soneto en versos blancos. La pereza de la memoria me llevó a entregarle uno de los más recientes, aquel que comienza con "Quise inventarme un nuevo mundo para viajar", que puede leerse en otra entrada de estas Imposturas. Lo siguiente fue leer un borrador de una nota que trataba de conjugar y conciliar la poesía popular con la poesía culta, dejando entrever que la poesía culta era la escrita y la poesía popular se inclinaba por la oralidad. No cabe en mí rebatir tal tesis, por estar a su favor, a grandes rasgos. La nota, además, invitaba al posible lector a emprender un ejercicio similar en respiraciones octosilábicas. Al instante hice notar que mi soneto (forma culta), falto de rimas, no seguía un ritmo octosilábico, si bien es cierto que existen ejemplos de sonetos con este metro (no recuerdo si blancos); yo mismo los he practicado alguna vez. Apenas hice la aclaración de que el soneto clásico obligaba al ritmo endecasílabo. La ausencia de rimas, creo, ya es una impostura del siglo XX (practicaron este juego con maestría Neftalí Reyes y Mario Benedetti), que yo he tenido el cuidado de imitar en el XXI.

Pasados los días, fustigado por la memoria, volví al citado soneto. Grande fue mi perplejidad cuando me percaté de que yo también me había equivocado en la cuenta de mis sonidos: aquel soneto no estaba redactado en los populares endecasílabos del soneto clásico.

Ahora recordaba las intenciones de mi propia escritura: Alejandra Eme, admirada escritora, dada a geniales juegos de palabras, me había sugerido el camino (puedes llamarme ladrón de ideas sin recriminación alguna): un soneto con palabras maleta (mi deuda está en no haber leído el soneto de Alejandra Eme). A las palabras maleta de la admirada escritora quise sumar aliteraciones y un mensaje cifrado. Esos tres parámetros, sentí, me exigían un espacio mayor que el que limita el endecasílabo. Impreciso, me decanté por el verso alejandrino, una forma casi olvidada y, por olvidada y por origen, culta. Así pues, tenía el espacio de catorce versos alejandrinos carentes de rima, además de las palabras maleta y las aliteraciones. Un avispado lector puede, desde ya, adivinar que tal esquema nada tiene de popular.

Con tales autoimpuestas normas, lo que tenía de frente era un soneto que no buscara la incomprensión total. El soneto tiene, desde su inicio, un franco lector ideal en el norte de mis esperanzas. Ese lector poco o nada sabe de reglas de versificación y retórica. Así, pensé que lo ideal era comenzar el soneto con expresiones perfectamente comprensibles como "Quise inventarme un nuevo mundo para viajar" e ir llevándolo por las corrientes del mensaje cifrado, de la mano de las aliteraciones y las palabras maleta: "circunconvolucionando el síngulo del límbulo".

Comprendo que los alejandrinos apenas siguen la cuenta de las catorce sílabas, pero no en todos los casos la cesura que se exige tras el séptimo sonido. Más importante me pareció el mensaje oculto. No daré al oscuro lector más pista que la desdicha. En el impopular soneto hay un concilio de expresiones salidas del diccionario de retórica, de la imaginería naval, de la anatomía humana y de las neurociencias.

3

¿Dónde se reúnen mis facebookeras quejas con las intenciones e interpretaciones de mi maletrónico soneto? Justo la primera vez que transcribí esa alocada idea fue directamente en mi muro de la red social. Al ver que podía significar algo más para mí y para mi lectora ideal e implícita (acaso para nadie más), copié el soneto en una entrada de las Imposturas, cúmulo de impericias y desencuentros variopintos. Dejé, también, una copia en mi archivo personal, con fines de una futura revisión.

Increíblemente, esa revisión llegó pronto y de manera sorprendente. Como queda dicho, los lazos que me ataban a Revista Beat quedaron disueltos y cerrada mi cuenta de Facebook. Con todo, recordaba esa última charla virtual con nuestra inocente investigadora, que en noches de insomnio se impone la tarea de conjugar poesía popular con poesía culta; no cabe en mí más agradecimiento que el impuesto por la razón y la justicia de las normas sonéticas culteranas posmo. Sé que las intenciones de Ylla no son malas y que el futuro le deparará fama y fortuna, no sé si razón (pero ¿quién tiene razón?).

En aquella charla me fue dicho que esa nota, con mi soneto, iría a dar a una entrada de blog. Con la memoria y las cuentas enmendadas, pasados los días, quise buscar aquella nota. No la encontré; y, a la luz de lo explicado, espero no encontrarla. Lo que encontré fue una referencia en un grupo o página de Facebook. La imprecisión se debe a la cuenta cerrada. Sin embargo, puede ver que mi soneto estaba anotado ahí, afortunadamente citado con la autoría de mi seudónimo, Ixca Cienfuegos.

Misteriosos son los caminos de la divinidad. Ahí donde el mar y yo hemos querido ver una botella con mensaje cifrado, una joven investigadora ha creído encontrar la conciliación de dos tradiciones y un grupo mediático ha encontrado un ejemplo de poesía maldita.

Vayan, con buena fortuna, estas palabras a mi mar de la esperanza.

jueves

Falsos lectores (apócrifos III)

Pecan de estulticia quienes afirman que la verdad se encuentra en las catedralicias instituciones.

*Claro que para la redacción de esta entrada me fue precisa la vigésima segunda edición del diccionario de la Real Academia de la lengua Española. 

Falsos lectores 3

El jueves 18 de abril de 2013, Andrei Illich leía desde su dispositivo móvil, en voz baja, un poema anotado en un blogger. El comedor era enorme y solitario. Desde el quinto piso se podía apreciar toda la ciudad; parecía incendiarse todas las tardes. A su lado dormitaba Ixchel; a ella no le interesaba la poesía y el paisaje de la soledad le resultaba más bien monótono.

Sé que no tiene nada de poético ni de verosímil iniciar un relato con una alusión a la lectura de un poema escrito en un blogger de internet. No es mi intención recurrir al falso adorno de la retórica para convencer a mi ocasional lector. Esto es, apenas, una forma más de la postmodernidad, si cabe aún la palabreja en este mar de información.

Es perfectamente comprensible que un náufrago muera de hambre y sed, arrojado a la fortuna del mar abierto. De mayor fama es la historia de aquel argentino ciego a quien en el año de 1955 le es concedido el cargo de director de la Biblioteca Nacional.

"Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche"*.

Regresemos al asunto del blogger. Este instrumento de la inmediatez es ahora considerado como parte de las nuevas tecnologías. Si bien en Hispanoamérica el libro impreso sigue teniendo mayor aprecio sobre los nuevos medios de intercambio informático, lo cierto es que las nuevas tecnologías van ganando terreno a pasos agigantados. Con todo, esto no implica que los compradores las usen y, más aún, las usen con inteligencia. En este contexto, la poesía es una de las formas de la memoria humana que ha ganado modos de publicarse y publicitarse, lo que no implica, ya se adivinará, que existan raudales de consumidores de la misma.

Hay quienes, con lujo de fanatismo, se entregan a la increíble adoración del papel impreso, aludiendo al consabido "todo pasado fue mejor". ¿Los lectores de poesía están ahí? ¿Se entregan con fervor a la vana apología del libro como objeto o su pasión aspira al entendimiento último de las lineas contenidas en esos mártires de la soledad?

"Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
hay alguno que ya nunca abriré"*.

Lo que se puede ver con pena es que nadie se ha detenido a pensar que, alguna vez, también la imprenta fue una nueva tecnología; esto no implicaba, necesariamente, que los libros fueran leídos. ¿Quién en el mundo de Johannes Gutenberg sabía leer?

En nuestros descreídos siglos, el índice de personas que saben leer va en aumento, lo que no significa que se lea. Cabría la pregunta: ¿qué función tiene la poesía y qué significados se encarnan cuando ésta se reproduce mediante las nuevas tecnologías?

Aquel jueves 18 de abril pensó Andrei Illich, luego de leer 

"Trabajar
para ganarse la vida,
aquella que no se vive
por atender el trabajo
de 50 horas a la semana
[más trayectos maratónicos,
más pendiente de la casa]"**

que tal vez Ixchel encontraría su reflejo en esas palabras. Le hubiera gustado sacarla de su modorra y mostrarle, quizá leerle en voz alta. La miró. Ella correspondió con fastidio y volvió la cabeza en sentido contrario. La ciudad ardía y la iluminación del pequeño móvil se apagaba.


*Jorge Luis Borges
**Ylla Kannter

Falsos lectores 2

Hay quienes, con argumentos contundentes, pueden rebatir mi tesis: los libros, de natural, sirven para transmitir información de una persona a otra u otras personas. Las implicaciones sentimentales de este comercio, por ahora, no vienen a cuento; cada uno es libre de sentir repudio o afecto por las palabras impresas en cada tomo; existen en el mundo hombres que entregan su vida entera a la adoración de un sólo libro o al desprestigio de otro.

Más difícil, pero acaso más grata, es la transmisión oral de aquellas informaciones. Grato es el encuentro entre el que dice y el que escucha, porque la presencia da voto de veracidad al dicho. Las mil y una noches refieren la historia de un rey persa que en noches de insomnio y aburrimiento exige que se le cuente una historia. El narrador pregunta al rey: "Su majestad, ¿desea usted que le cuente una historias de las que he escuchado por los camino o una que me haya acontecido a mí?" Regularmente el rey votaba por una historia acontecida al narrador, como si de esta suerte se garantizara la verdad de lo transmitido.

Pero mis lectores, que son pocos (entre los que se encuentra el mar del norte), están lejanos y no los puedo abrazar.

Nada abrían ganado los cantos homéricos de no haber llegado a la consigna del libro. Aunque de largo aliento, esos poemas que han superado a las arenas del tiempo (pero Alá sabe más) fueron pensados para ser transmitidos de voz en voz y de plaza en plaza. He ahí la obra de toda una vida.

Ahora nosotros estamos alejados y solitarios en el tiempo y el espacio; precisamos de un libro, que acaso ya sea virtual, para imponerle a nuestro sueño la trabajada voz de Homero o de la secta homérica.

De esta suerte, el libro no sólo es un medio de información; con el tiempo y el espacio es, además, memoria de una voz y un pensamiento.

Ingrata es la voluntad de quien, encontrándose un billete entre las páginas de un libro, omite el valor de la memoria y se entrega a vanas persecuciones de títulos y riquezas. Como los libros del hidalgo Alonso Quijano, esas doctas eminencias debieran ser perdidas en el fuego del olvido.

No espero que más de cuatro miradas recorran estas líneas; espero que los futuros posibles (no todos) sepan distinguir entre los guardianes de bibliotecas vacías y los amantes de la palabra, cualquiera que sea el soporte material de ésta.

Quisiera contarme entre los últimos, pero quizá todo esto sea un sueño y no sea yo otra cosa más que otra moneda de cambio.

Falsos lectores (apócrifo II)

Hay de lectores a lectores; yo siempre leo de cabeza.

Soledades del tirano Francia (fragmento)

"El solitario es un espíritu triste: su pensamiento, piedra de molino, muele una idea que vuelve a cada paso, una idea emponzoñada. El resultado es una nube de polvo que, circundándolo, le hace ver tétricamente el mundo. El solitario puro no reacciona mal contra los demás: perturbado por una melancolía profunda, puede atentar contra sí mismo, llegar al suicidio. Pero, más desequilibrado, aparecen los periodos de manía, de exaltación contra todos, y entonces es claramente dañino. Aquí está lo grave de una soledad enferma".

*Jorge Luis Borges. Borges en Revista Multicolor (I). Editorial Atlántida. Madrid, 1995
**Original en Revista Multicolor, Nº 55, 25 de agosto de 1934

sábado

Falsos lectores (apócrifo I)

Los idólatras de la real academia serán destruidos por un falso profeta.

Falsos lectores 1

No pediré que me crean, aunque sé de cierto que la humanidad entera es dada a la credulidad; el artificio literario es, apenas, un mero adorno o un espejo que propaga la mentira y la locura. Puedo afirmar, sin temor a equivocar mi juicio, que en el mundo hay una sociedad secreta de falsos lectores.

Los miembros de esta sociedad suelen confundirse entre los lectores comunes y fieles, aquellos que no cierran los ojos hasta agotar las páginas del libro en turno. Imperceptibles, los falso lectores gustan de asistir a librerías, presentaciones de libros, tertulias literarias y toda aquella reunión en que el libro es figura central.

En una librería, por ejemplo, se les puede ver (si bien no identificar) paseando por entre los anaqueles, removiendo y auscultando los libros sin leerlos. De entre los miembros de esta deleznable sociedad, hay quienes se atreven a hacer recomendaciones a los verdaderos compradores compulsivos de libros; recomendaciones casi siempre falsas; acertadas sólo a la luz del azar y no de la razón (aunque ¿qué es el azar y qué es la razón?).

Ya alguna vez me ha tocado ver de cerca a uno de estos despreciables seres. Caminaba yo un tanto a la diabla por las calles del centro cuando di con una librería. Dado a la irracional compra de libros, entré a ver qué podía encontrar a fin de solapar las siguientes largas noches de insomnio. Al poco, un tipo de apariencia inteligente interrumpió mi personal búsqueda y, con un libro en la mano, pretendió hacerme una recomendación. Tomé el libro e hice notar que las páginas estaban en blanco. El tipo salió corriendo. Le hice notar el error de imprenta al dependiente. Me dijo que quizá ese libro estaba esperando mis palabras. Yo soy lector, y de los buenos, dije, no escritor.

En las reuniones literarias o en las presentaciones de libros siempre hay quien levanta el dedo y pretende esgrimir las más acertadas e inteligentes opiniones. Por lo general, este tipo de personas son siempre aplaudidas y festejadas, sin apenas comprobar la veracidad de sus juicios. Es ahí donde puede caber la confusión, no llegando a saber bien a bien quién es el falso lector, aquel que esgrime una opinión sesuda o aquel que calla, aplaude y otorga.

Los falsos lectores sustentan su modus vivendi en la credulidad de la gente. Casi no compran libros y cuando lo hacen no los leen. ¿Cuántos hay en el mundo que compran una Biblia o un Quijote sin leerlo? Esos, esos son los falsos lectores; aquellos que citan, con lujo de intelectualidad, "Sancho, si los perros ladran es señal de que avanzamos".

Los miembros de esta sociedad, de hecho, no compran libros. Si lo hacen, lo hace por el mero afán de la presunción o por la presión social que implica una moda. Hay quienes, como si de un accesorio en el atuendo se tratase, compran el Ulises de James Joyce y van por el mundo con su tabique bajo el brazo. Los falsos lectores a la moda, si cabe la distinción, se pasean por la mesa de novedades o adulan a un poeta que recita sus sentidos versos; pero nunca leen. He visto a individuos formándose en las cajas con pilas de libros de novedad; y luego asisten a las tertulias como si se tratase de asistir a un coro de desprestigios o apologías, según sea la moda en curso.

No sé de cierto si avanzamos cuando los perros ladran; lo que sé es que hay quienes ladran sin ser perros.


*Este texto pertenece a Sancho quería ser escritor, libro de ensayos que se debe al favor de la beca Guggenheim, que me fue otorgada en el año 2023. Algunos detractores esgrimirán contrarias opiniones. Dejo a los futuros posibles la veracidad de mis palabras.

lunes

Claudico de una vez y para siempre
de este vano ejercicio de las letras
(con lucha y a contracorriente puestas);
abandono el disfraz de disidente.

Y no renuncio a falta de palabras
-tatuadas en mi sudor y mi sangre
marcan mi fe, mis plegarias y mi hambre-;
viajan conmigo al retiro de mi alma.

Hoy me pierdo en mi reflejo, asidero
de pequeñas victorias y alegrías;
sepulto de una vez viejos senderos.

Iré a reconocerme en otras vidas
que eludan el sonido de los versos;
que se pierda mi nombre en una pira.

miércoles

Llorar quedito, despacio, pausado,
con las palabras medidas y mordidas;
con el pulso del corazón a ritmo;
no dejando resquicio al exabrupto.

Llorar midiendo los pasos al filo
del dolor, la pena, el desbordamiento;
con la respiración y los acentos
como bálsamo justo en las heridas.

Llorar así, con sílabas contadas,
para que no se salga el corazón,
para que el miedo no me desbarate.

Pero llorar con fe, con furia y ganas
de secar todos los ríos y mares,
de secar todos mis ríos y mares.
Quise inventarme un nuevo mundo para viajar
al interior de ti, entrando por tus ojos;
no llevar más riqueza que una vieja maletra,
repleta de malabras y cacofonarmónicos.

Quise viajar por tus aliteratientes venas,
ventriculando tus latidos con mis arritmias,
arrimando mi barquiesquirola a tus motines,
plegariando mis imarginalias a tus sueños.

Mi astrolabio iridiscente, pasajero al cielo,
marcó pasos en el mapa de tu mar en calma;
encallé y callé en tu piel, sed de los olvidados.

Aulleliré desencajados onirorgasmos,
circunconvolucionando el síngulo del límbulo,
nortepinefrinando en el límbico deseo.

sábado

Muerte de perro

¿Por qué mirar siempre con los mismos ojos?
¿Por qué caminar siempre con los mismos pies?
¿Por qué abrazar siempre con los mismos brazos?
¿Por qué masticar siempre con la misma boca?
¿Por qué morir siempre con el mismo cuerpo?

¿Por qué hablar siempre con las mismas palabras?

Ojalá un día me despertara con ojos de gato.
Ojalá un día me despertara con patas de tigre.
Ojalá un día me despertara con alas de gallo.
Ojalá un día me despertara con trompa de elefante.
Ojalá un día me despertara con muerte de perro.

Ya no quiero ser las mismas palabras:

maldito poeta
estertor en el insomnio
soledad a contratiempo
amasijo de penas
golpe de corazón contra el pecho

Quiero comer de la tierra,
cobijarme con el cielo,
beber de verde mar...

dejar de ser
Ixca Cienfuegos.