Definitivamente, no se
puede hablar de vampiros sin tomar como piedra angular a Bram Stoker y su
clásico Drácula. Si no mal recuerdo,
a principios del ya pasado siglo XX se hizo una adaptación para teatro. Algunos
años después se intentó una versión para la pantalla grande, pero hubo
problemas con los derechos de autor (que ya los había), motivo por el que la
película terminó llamándose Nosferatu
(1922), una joya del cine mudo dirigida por el alemán F. W. Murnao. En el 2000,
Nicolas Cage produce La sombra del
vampiro (dirigida por Elias Merhige y protagonizada por John Malkovich y
William Dafoe) una cinta muy recomendable basada en aquel vampiro mudo y que
cuenta cómo se hizo la primera Nosferatu.
Pero antes, en 1979, un director que merece mis más amplios respetos,
Werner Herzog, ganó el Oso de plata en el festival internacional de cine de
Berlín por su Nosferatu el vampiro.
Herzog sigue muy de cerca la cinta de Murnao y el verdadero romanticismo de la
novela de Stoker. Finalmente, quien sí respeta la trama y los personajes de la
novela es Fracis Ford Coppola en Drácula
de Bram Stoker.
Muchos recordarán
ese episodio de serie animada de Silvestre y Piolín en que este último toma la
pócima de un misterioso doctor, en un extraño laboratorio, para luego asustar
al no tan valiente gato negro (panza blanca y gran nariz roja). La referencia
es, desde luego, la novela clásica de Robert Louis Stevenson, Doctor Jekill y mister Hyde.
Pero ¿qué tiene
que ver Hyde con un héroe mitológico y un hombre verde de cómic? Quizá la
mayoría recuerde a Hércules por sus doce trabajos, o al menos eso cuenta la
mitología. Pero alguna vez leí Hércules loco, de Séneca; tiempo después llegué al Hércules,
de Eurípides. Tanto Séneca como Eurípides nos muestran un héroe enloquecido. En
Eurípides vemos cómo el gran héroe mitológico es poseído por una diosa cegada
por el celo. Hércules, poseído, asesina a su familia. Un hombre virtuoso, por un
breve lapso de tiempo, es transformado en su carácter para cometer actos
reprobables. Bastantes, bastantes siglos después (siglo XIX), Stevenson hace
que un doctor bueno se fabrique una pócima extraña que lo transforma en un
hombre envilecido por el odio a la sociedad, cometiendo una serie de crímenes
detestables.
Más o menos un
siglo después de mister Hyde, una de las editoriales de cómics más poderosas
del mundo, Marvel comics, crea a Hulk, el hombre verde. Esta vez, en plena era
nuclear, se trata de un joven científico que se ve expuesto a los famosos rayos
gama. Este hecho lo transforma de enclenque científico a furioso hombre verde
que pierde el control de su voluntad, mandando al demonio a propios y extraños.
Desde luego, hay
más cosas que leer, ver y hasta escuchar sobre estos tres personajes que hemos
contado hoy, pero tampoco se trata de aburrir con hombres que pierden el
control de sus actos. Hay, por ejemplo, algunas operas que tratan el tema de
Hércules, dificilísimas de encontrar. Hay versiones animadas de Hulk y
películas viejas sobre él mismo: una que seguramente pocos recuerdan es
protagonizada por Lou Ferrigno que se lleva por título La muerte de Hulk, el hombre
verde, en la que, por cierto, aparece Dare Devil, ese abogado ciego con
traje rojo ajustado. Del doc. Jekill y mister Hyde, bueno… de los clásicos
siempre habrá miles de versiones y parodias.
Espero que se
diviertan y aprendan algo sobre el mundo, al menos a no juntarse con tipos que
toman cosas extrañas para transformarse en incontrolables bestias de la naturaleza.
Yo los dejo para
irme a beber un curado de chile de la locura o, en su defecto, exponerme a una
dosis de rayos X, a ver si me transformo en superhéroe o dios de la mitología
escandinava, griega o babilonia.
Más que un libro de
historia, este es un texto que se propone la difícil tarea de encontrar la
identidad hispanoamericana. Éste, sin embargo, no es el primero ni el último
intento de tan grande empresa, ya antes psicólogos, intelectuales y poetas han
propuesto una visión de lo que es propio del hombre latinoamericano en general,
y mexicano en particular. Quizá los referentes más próximos sean nombres tan
familiares como el de Octavio Paz, el del psicólogo mexicano Díaz Guerrero y el
de Carlos Monsiváis. Cada uno ha impuesto su muy particular sello y punto de
vista, cada quien desde la perspectiva propia de su especialidad. Para el caso
de El espejo enterrado de Fuentes el
logro es realizar esta búsqueda de identidad a través de siglos de tradiciones
culturales hispanoamericanas. “Éste es un libro dedicado en consecuencia, a
la búsqueda de la continuidad cultural que pueda informar y trascender la
desunión económica y la fragmentación política del mundo hispánico”. Fuentes
busca aquello que se encuentra en el centro de ese gran espectro que se crea a
partir de poner un espejo frente a otro. En un extremo de la realidad está
plantado el espejo ibérico lleno de una cultura plural, pero al mismo tiempo
intolerante; plural porque es España un pueblo que se forja a partir de toda
una gama de tradiciones culturales a veces tan asimétricas unas de otras, e
intolerante sólo guiada por el afán de la unidad nacional. Y en el otro extremo
se encuentra el espejo de obsidiana que es símbolo también de un mundo místico
y mágico que está a punto de ser descubierto por extraños y redefinido por
propios. En este sentido, se puede hablar de un choque de dos culturas, de dos
imágenes que son el reflejo de la percepción humana de la realidad que lo
circunda.
Es en el centro de esta
confrontación de imágenes que nos encontramos hoy. Al mirar a un lado no
podemos de ninguna manera negar nuestra tradición española, como así tampoco,
al mirar al otro lado, podemos negar nuestra tradición prehispánica. Es
importante apelar a la idea de un espejo puesto exactamente frente a otro. En
la realidad, si se pone un espejo frente a otro, aquello que se percibe es una
sucesión infinita de imágenes de eso mismo que se refleja. Aunque aparentemente
paradójico y confuso, eso es lo que somos si nos atrevemos a mirarnos en esa sucesión
infinita de reflejos, reflejos históricos que nos dibujan hacia atrás y hacia
delante. En esos espejos enterrados, Fuentes hace un recorrido histórico de lo
que hemos sido como humanos, como pueblos; al mismo tiempo ofrece una posible
prospectiva de lo que podemos llegar a ser. Desde las cavernas de Altamira a
los Grafitos en las calles de los ángeles. Desde las tradiciones celtibericas a
las identidades fronterizas de cholos y pachuchos. Eso somos.
Faltaría espacio para
identificar y relacionar todos los nombres que Fuentes considera importantes en
esta gran aventura de nuestras vidas. A fin de cuentas, qué importa un nombre
más, un nombre menos, si fuimos, somos y seremos todos los que construimos esa
imagen central en medio de los dos espejos.
“¿No es el espejo tanto un reflejo de la
realidad como un proyecto de la imaginación?”
A decir de
Henríquez Ureña, hubo, poco después del descubrimiento y conquista de América,
grupos de hombres que se dedicaron a la defensa de los pueblos nativos. Si bien
se trata de las ordenes de religiosos las que con mayor fervor y dedicación
defendieron a los indios de América, también hubo conquistadores comunes (rectos
funcionarios de la corona) que salieron a la defensa de los pueblos. Este
es sin duda alguna el tema principal de “La misión”. Gabriel, un fraile
desprendido de una orden jesuita; y Mendoza, antaño traficante de esclavos,
tras asesinar a su propio hermano se siente obligado a hacer penitencia. Para
Gabriel, la mejor manera de remendar los dolores del espíritu es comprometer a
Mendoza en una misión. Es una misión en el sentido activo de la palabra, ya que
para ambos personajes esta empresa significará una lucha encarnada contra
aquellos que se oponen a la visión de la indianidad como una forma de vida
humana tan respetable como la de la metrópoli. Antes y después de esa época se
acostumbra llamar “misión” a una empresa religiosa que tiene como propósito
llevar la palabra del dios único occidental a aquellos que están lejos de la
misma. Pero en esta cinta parecen conjugarse al menos tres aspectos que
redundarán en la creación de un nuevo estilo de vida. Por una parte está la fe
cristiana con la que comulga Gabriel, obviamente está presente toda la
tradición idiosincrásica de los pueblos nativos y, finalmente, está ese
espíritu guerrero de Mendoza. Así, estos tres elementos tendrán que unificarse
para luchar contra españoles y portugueses deseosos de enriquecerse a costa de
los nativos y sus tierras. Pero, como ya queda claro en otras cintas y otros
textos afines, la batalla no resulta fácil para ninguna de las partes. La misma
voz en off que narra algunas partes de la película, y que es la voz de uno de
los personajes que hace las veces de funcionario de la corona, reconocerá al
final de la película que es la memoria de los muertos la que hoy vive, y no él
que, como una ironía, permanece vivo. Ese decir de la memoria viva de los
muertos quizá nos deje en claro que si bien la obra que tenía en mente Gabriel
no es la que hoy resulta, sí existe una trascendencia de la misma que se recrea
y se reinventa para continuar la siempre inacabada misión.