martes

El amor y la distancia

Recién he leído, al fin, un libro guardado por varios años: Eros en los cinco sentidos, de Carlo Scipione Ferrero (Editorial Grijalbo. Barcelona, 1989), que compila textos e imágenes eróticas de finales del siglo XIX y principios del XX. Libro de arte, raro hoy, desafortunadamente no le he podido encontrar copia digital, a fin de compartirlo en este espacio.

Sin embargo, uno de los textos que más me llamó la atención (en cuanto que me recordó un texto que escribí hará un par de años, un tanto a la diabla, a la ligera), de mano del propio antologador, fue el que introduce la sección "Oído".

Copio un fragmento del texto en cuestión para luego presentar el mío, esperando que, al menos en algún punto, resulte grato.

"¿Y quién no ha cedido, aunque fuese una vez, a la tentación de escuchar, aprovechando una comunicación, la conversación telefónica de una pareja? Por escasa que sea la tensión entre los dos desconocidos, o su entendimiento más íntimo, será fácil sentirse implicado. Al entrometido en experiencias ajenas puede llegar a ocurrirle que sorprenda a dos amantes que, sin ambages, hacen el amor por teléfono. Esta es una situación mucho más frecuente de lo que pueda imaginarse, ya que el poder erótico de la voz, incluso a través del filtro del medio mecánico, es extraordinario. Una voz amada que pronuncie ciertas palabras, que insinúe, que ordene... No hay que ser monstruo de sensualidad para dejarse llevar, trastornar. De hecho, sobre el tema del amor por teléfono se podría urdir una trama cruel en la que una relación sadomasoquista fuese llevada a través del placer hasta sus últimas consecuencias" (Op. cit. P. 69).

Grabado de la serie Les Délassements d'ÈrosGerda Wegener. París, 1917

¿Por qué la gente se enamora en las redes sociales? 
o el amor según Andrés

Yo estoy totalmente de acuerdo contigo: es una pregunta idiota. Pero, como dice el viejo adagio “no hay pregunta más idiota que la que no se hace”.

¿Ya logré atrapar tu atención? Pues ahora sigue leyendo, ¿qué esperas? Sí, te estoy hablando a ti, Blancaflor, Tristan, Iseo…

Primero que nada, déjenme contarles una historia. Los versados en asuntos medievales pueden encontrar múltiples versiones del hecho, mas mi fundida memoria recordará ésta:

Una vez el rey Marco envía a Tristán en busca de una mujer casadera. De esta mujer no sabemos nada, aparte del hecho de que es rubia. El artificio narrativo de olvidar un rizo de cabello puede ser igual de inverosímil que el de olvidar una zapatilla de cristal, pero en estos pequeños detalles se fijaba el narrador antiguo; y, si me lo permiten, aún hoy tienen su divina gracia.

Como siempre, el héroe de la historia atraviesa por un sinfín de aventuras antes de llegar al lugar en donde reconocerá a Iseo como la mujer casadera.

No sé qué hagan los muchachos de hoy en día para atraer a las bellas mujeres, pero en la edad media el uso de la alcahueta está ampliamente recomendado. En nuestra literatura podemos encontrar dos grandes ejemplos en El libro del buen amor y en la Celestina.

Es precisamente de la ayuda de una de estas mujeres ancianas, pero expertas en el arte de casar parejas, quien hace las veces de coadyuvante en la historia que ahora referimos. Así, una alcahueta ofrece un filtro de amor (polvos ven a mí, para los mexicanos entendidos en esas artes) a Tristán. Lo que tiene que hacer Tristán es ofrecer el filtro (feromonas artificiales, para la comunidad científica) tanto a Iseo como al rey Marcos.

En este punto de la historia quiero recordar al amable lector que los presuntos amantes (Marcos e Iseo) aún no se conocen en persona. Quizá tengan noticias lejanas uno del otro, pero nunca se han visto a los ojos. En Las mil y una noches también podemos encontrar varias historias similares, es decir, amantes que abandonan toda su heredad por ir en busca de alguien a quien nunca han visto. Con más fidelidad recuerdo aquella historia en que un joven mira el retrato de una chica encantadora en un libro que lleva un comerciante. En ese momento el joven decide abandonar tierra, familia y posición para ir en busca de la mujer retratada en aquel libro.

Seguro que con esto recordarás esa frase populachera que reza “amor platónico”. Por amor platónico, en un sentido coloquial, se entiende aquel amor que es inaccesible. Es esta la razón, y no otra, por la que miles de vándalos lujuriosos nos enamoramos de Pamela Anderson, de Jenna Jameson, de Madonna, de Isabel Allende o de Astrid Hadad. Y esa, también, mis queridas niñas, es la razón por la que desfallecen ante la celestial voz de Alejandro Fernández, de Ismael Serrano, de Jorge Drexler, de Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes. Y así, todos nos abalanzamos a obtener un autógrafo o el calzón floreado de nuestro amor platónico en turno.

La verdad es que basta con leer un poco mejor al buen Platón y su Banquete para enterarnos de que la idea de amor platónico está enmarcada en la mitología de las ideas universales. Así, la idea de Mujer tiene sus múltiples avatares en María Félix, en Toña la negra o en Chayito Valdez. Y la idea de Hombre los tendrá en Pedro Infante, Chucho el Roto o Andrés el descocido. Una vez que la divinidad condesciende a tomar cuerpo en un par de estos avatares, estos se pueden encontrar en esta inmunda hoguera de las vanidades que es nuestra también efímera vida. La justificación para que este par de tórtolos se encuentre está, también, en Platón. Al principio sólo existían los seres andróginos, es decir, entidades que poseían ambos géneros en un solo cuerpo. Actualmente eso se considera como una malformación congénita, pero en la mitología platónica es el origen de las especies. Al ver que estos seres andróginos no cumplían con los mandatos divinos, se determinó que se separaran en dos mitades. Esa es la razón por la que ahora todo mundo anda en busca de su media naranja mecánica.

Cabe hacer un paréntesis para presentar al narrador de toda esta basura macilenta: yo no tengo ese problema de buscar a mi media naranja porque una vez una mujer me dijo: “si los misántropos son todos los que odian a los hombres, si los misóginos son todos los hombres que odian a las mujeres, entonces los andróginos somos todos los que odiamos a los andreses”. A resumidas cuentas, entendí que siempre habrá alguien que no me quiera bien.

Aclarado el punto, continuemos:

Como decía, el amor arquetípico se posa en el avatar finito de un par de amantes. Ese es el primer paso para conseguir pareja: fijarse bien en que el tipo o la tipa sobre la que posas tu mirada lujuriosa sea la que te mira de la misma manera. Una vez establecido ese pequeño código visual pueden proceder a hablarse y a decirse cosas bonitas. Ahí es cuando, según creencia personal, surge eso de forjar mitologías. Forjar mitologías es establecer un código lingüístico que sólo los interesados han de descifrar, comprender y usar. No cualquiera está invitado a entender qué demonios significa eso de kurtukuky o desporar o honey bunny. Pasada esa ardua tarea de inventar lenguajes completos, ya se puede continuar con los escarceos físicos. Estos pueden ir desde un tierno beso en la frente hasta elaboradas y complicadas sesiones de BDSM; eso ya dependerá del gusto de los interesados. En la edad media, al menos en teoría, esto podía llegar a ser todo un ritual. Uno de los pasos más simpáticos que recuerdo es el del coitus interruptus. Los amantes podían pasar varias noches sin llegar al contacto de los genitales. Pero la noche en que, al fin, lo hacían, el hombre tenía que reprimir la eyaculación. ¿por qué? no lo recuerdo, pero por algo se llama coitus interruptus. Imaginad señores, el dolor de güevo que tenían que pasar nuestros decapitados caballeros.

Bien, ahora es momento de continuar con la historia de Tristán e Iseo. Tristán logra convencer a Iseo de hacerse a la mar con él para ir a conocer al guapo rey con el que ha de casarse. En este punto Iseo ya está enamorada de un hombre de cuyo rostro no tiene la menor noticia. No sabe si es gordo o flaco, idiota o inteligente, fogoso semental o impotente como vocho frente a un Ferrari. La verdad es que a los narradores de la época poco o nada importaban tales disquisiciones. El simple hecho de poseer el atributo de rey ya dotaba al hombre de una nobleza incuestionable. Esa nobleza, afortunadamente, no se vio cuestionada si no hasta los luminosos años de la reforma. Así, si se era noble se era bello, y si se era bello se era bueno; no había pierde. Yo, por eso, siempre pongo en mi perfil de Facebook que soy una buena persona.

Iseo está interesada en conocer a Marcos, decíamos. Pero, siempre ese maldito pero, por un estúpido error humano, como suelen ser todos los errores humanos, el filtro amoroso va a dar a los sedientos cogotes de Tristán e Iseo. ¡Ah! Bendito filtro amoroso que haces que los imposibles amantes se junten. Obviamente, al llegar a su destino, los amantes se tienen que enfrentar a la iracunda jeta de Marcos. Para no hacer el cuento más largo, los amantes escapan a las profundidades del bosque. Esa escena es de las más lindas porque es la escena de la espada de la fidelidad. A fin de cuentas, Tristán es un vasallo del rey y le debe obediencia; Iseo es una mujer virgen en un mundo en que la virginidad se interpretaba como pureza y bondad. Nada sabía nuestro narrador de callos en las patas o chinguiñas en las ojeras. La chavala en cuestión era bella y punto. De esta suerte, cuando el rey Marcos llega a la cabaña en donde los fugitivos amantes se refugian, los encuentra dormidos en el mismo lecho, separados sus cuerpos por una espada. La espada en medio de los amantes significa respeto y pureza. Bueno, eso cuenta la historia, pero Alá sabe más.

Pues sí, mis queridos lectores, las cosas funcionan de esta manera: seguro han visto que en la parte superior derecha de su página Facebook aparece, de vez en vez, una serie de fotitos de posibles amistades. Si uno se interesa por alguno de los dueños de esas fotos lo único que tiene que hacer es ir a su perfil y enviarle solicitud de amistad. Hasta ahí es como si caminaras en una terrible ciudad plagada de humanos indiferentes. Y de pronto un rostro angelical o caballeresco (según sea el caso) te detiene y…

Lo demás es historia.

Vamos, anímense, ¿por qué esperar hasta febrero 14? Lo único que tienen que hacer, por principio de cuentas, es dar dos o tres clics, mandar algún abrazo o un beso virtual. Luego ya pueden quedar en algún lugar concurrido, como un recital de poesía sonora, un museo, una plaza comercial o una tienda sex shop (según sean los intereses y gustos compartidos). Una vez que estén asegurados de que el fulano o la fulana no les va a arrancar (literalmente) un chip de seguridad satelital o un riñón o una cornea o varios billetes, entonces pueden comenzar a tomarse de la mano o de sus partes.


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