sábado

Sor Juana

Y si enseñas a los ignorantes nuevos conocimientos, pasarás por un inútil, no por un sabio. Sí, por el contrario, eres considerado superior a los que pasan por poseer conocimientos variados, parecerás a la ciudad una persona molesta. Yo misma participo de esta suerte, ya que, al ser sabia, soy odiosa para unos y para otros hostil y la verdad es que no soy sabia en exceso.
Medea (Eurípides).
En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz sor Juana muestra una falsa modestia que, de cualquier manera, no resulta gratuita. Deja bien en claro que no quiere “ruidos con el santo oficio”. Además al final de la respuesta dice a su destinatario que en adelante todo lo que escriba ha de ser sometido a juicio “de vuestra corrección”. A estas alturas de la fama intelectual de sor Juana, con dos tomos publicados en España y un mercado ampliamente asegurado en el mismo país, ya nadie se cree que la monja no sea capaz de sostener un debate de las alturas que requiere la teología de su tiempo. Ella misma reconoce que ya, de hecho, le resulta difícil reflexionar sobre todo. Si sor Juana desea mostrarse humilde es más por temor a enfrentar un proceso inquisitorial que por el supuesto desconocimiento de causa que pudiera tener sobre el asunto: la mayor fineza de Cristo.

El hecho de que a la insigne monja no le interesara abordar ciertos temas, no significa que en determinado momento no pudiera llegar a dominarlos y, por tanto, emitir un juicio. Más bien la respuesta esta cargada de un cierto tono irónico que, además, le sirve para justificar su afán y derecho a ejercer libremente su trabajo intelectual, trabajo que ha alimentado el recelo y la incomodidad de no pocos personajes importantes del clero.

En la discusión existen varios matices: Por una parte, la intelectualidad profana de la musa décima resulta una completa inutilidad. Es aquí en donde se tacha a sor Juana de “monja metida a teóloga”. Una monja no tiene absolutamente nada que decir en una discusión teológica. Por otro lado, un tanto menos radical, sor Juana puede ejercer su intelectualidad, siempre y cuando lo haga en términos del sistema de valores encarnado por la institución eclesiástica; de ser de otro modo, resultará una figura molesta que incomoda a todo ese sistema de valores.

Esto fue lo que paso con la discusión sobre las finezas de Cristo. Ya sea que haya escrito la carta Atenagórica por voluntad propia o por petición externa, las ideas que la monja expresa en ella la hacen pasar por una monja irredenta y hostil para el clero, a la cual hay que meter en regla. Lo mismo, ya sea que Fernández de Santa Cruz haya actuado de buena o de mala fe al publicar la Atenagórica, él, como sor Juana debieron de haber estado sumamente concientes del impacto que el contenido de la carta, de ser publicada, provocaría en no pocos personajes cupulares de la iglesia. Sería un craso error si pensamos en que Aguiar y Seijas no se dio cuenta del peligro político que encarnaba sor Juana al poner a trabajar su intelectualidad a favor de una idea que, aun con la modestia de la que se precia, contraviene a las normas eclesiásticas imperantes. Aguiar y Seijas se ha dado cuenta de este peligro y es entonces que pone en marcha un largo (por largo bien cuidado) proceso en contra de sor Juana. Ya en su carta, sor Filotea trata de encomiar a sor Juana a ir por el camino recto, es decir, a abandonar las letras profanas y a estudiar los textos sagrados, pero bajo el canon de la iglesia católica.

En este sentido se puede afirmar que en la respuesta sor Juana no trata, por ningún motivo, de defender su postura en la discusión de las finezas, por contrario, lo que a ella interesa es defender su derecho al conocimiento de manera libre. En este sentido hay una confrontación con la idea de Aguiar y Seijas. Lo que ahora le interesa al arzobispo, siendo plenamente conciente de las capacidades extraordinarias de la monja jerónima, es promover la imagen de una insigne monja devota.

Apelando a una modestia (a nuestro gusto, falsa), a sor Juana le queda al dedillo el diálogo de Medea: “la verdad es que no soy sabia en exceso.” Sea como sea, lo que sor Juana quiere decir es que aun cuando reconociera su falta de conocimiento, esta falta quiere enmendarla recurriendo a un libre albedrío, del cual, en aquellos días, una monja con tendencia profana no podía gozar, mucho menos al opinar sobre asuntos teológicos.



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